Cada 28 de septiembre la Iglesia celebra a San Wenceslao de Bohemia (907-935), soberano checo que evangelizó a su pueblo y gran defensor del cristianismo. Gobernó con virtud y justicia, modificó el sistema judicial de su nación y, entre otras reformas inspiradas en el Evangelio, puso límites a las condenas, especialmente a aquellas relativas a la pena capital o a la tortura.
Nieto de una santa
Wenceslao nació en Stochov, en la región histórica de Bohemia, hoy parte de República Checa (antes Checoslovaquia). Vivió durante las primeras décadas del siglo X. Fue hijo de Bratislao I de Bohemia y de la reina Drahomira. Su abuela, Santa Ludmila, esposa del primer duque cristiano de Bohemia, fue quien se encargó de su educación y le enseñó a amar y servir a Dios.
De joven, Wenceslao perdió a su padre de manera inesperada, lo que precipitó que su madre, Drahomira, asumiera el poder. Una vez instalada en el trono, la nueva reina empezó a gobernar en contra de la Iglesia y de los cristianos de la nación. Wenceslao entonces buscó refugio en su abuela Ludmila.
Ser santo en medio de las conspiraciones políticas
Dada la situación en la que se había sumido el reino, Ludmila intentó persuadir a Wenceslao de que recupere el poder que le correspondía y detenga el hostigamiento en contra de los cristianos. Apenas se enteró de esto su nuera, la reina Drahomira, conspiró para asesinarla. La orden portaba cierto detalle: Ludmila debía ser estrangulada.