VATICANO,
La catequesis del Papa Francisco en la Audiencia General del miércoles habló del pasaje del Evangelio "Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados que yo los aliviaré" e invitó a no tener miedo.
"El Señor nos enseña a no tener miedo de seguirlo, porque la esperanza que ponemos en Él no será defraudada. Estamos llamados a aprender de Él que significa vivir de misericordia para ser instrumentos de misericordia", explicó el Pontífice.
A continuación el texto completo:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Durante este Jubileo hemos reflexionado muchas veces sobre el hecho que Jesús se expresa con una ternura única, signo de la presencia y de la bondad de Dios. Hoy, nos detenemos en un pasaje conmovedor del Evangelio (Cfr. Mt 11,28-30), en el cual Jesús dice – lo hemos escuchado –: «Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. […] Aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio» (vv. 28-29). La invitación del Señor es sorprendente: llama a seguirlo a personas sencillas y oprimidas por una vida difícil, llama a seguirlo a personas que tienen muchas necesidades y les promete que en Él encontraran descanso y alivio. La invitación es dirigida en forma imperativa: «vengan a mí», «tomen mi yugo», y «aprendan de mí». ¡Tal vez los líderes del mundo pudieran decir esto! Tratemos de coger el significado de estas expresiones.
El primer imperativo es «Vengan a mí». Dirigiéndose a aquellos que están cansados y oprimidos, Jesús se presenta como el Siervo del Señor descrito en el libro del profeta Isaías. Y así dice, el pasaje de Isaías: «El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento» (50,4). A estos desconsolados de la vida, el Evangelio muchas veces une también a los pobres (Cfr. Mt 11,5) y los pequeños (Cfr. Mt 18,6). Se trata de cuantos no pueden contar sobre sus propios medios, ni sobre amistades importantes. Ellos sólo pueden confiar en Dios. Conscientes de la propia humilde y mísera condición, saben que dependen de la misericordia del Señor, esperan de Él la única ayuda posible. En la invitación de Jesús encuentran finalmente respuesta a sus expectativas: convirtiéndose en sus discípulos reciben la promesa de encontrar consolación para toda la vida. Una promesa que al final del Evangelio es extendida a todas las naciones: «Vayan – dice Jesús a los Apóstoles – y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos» (Mt 28,19). Acogiendo la invitación a celebrar este año de gracia del Jubileo, en todo el mundo los peregrinos atraviesan la Puerta de la Misericordia abierta en las catedrales y en los santuarios y en tantas iglesias del mundo; en los hospitales, en las cárceles… ¿Para qué atravesar esta Puerta de la Misericordia? Para encontrar a Jesús, para encontrar la amistad de Jesús, para encontrar el alivio que solo da Jesús. Este camino expresa la conversión de todo discípulo que se pone en el seguimiento de Jesús. Y la conversión consiste siempre en descubrir la misericordia del Señor. Y esta misericordia es infinita e inagotable: es grande la misericordia del Señor. Atravesando la Puerta Santa, pues, profesamos «que el amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que toda clase de mal, en que el hombre, la humanidad, el mundo están metidos». (Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia, 7).