Cada 2 de septiembre la Iglesia recuerda al Beato Bartolomé Gutiérrez, sacerdote agustino del siglo XVI, quien padeció el martirio como misionero en Japón.
Un chico ‘grande’ e ingenioso
Bartolomé nació el 4 de septiembre de 1580 en Ciudad de México. Con 16 años, en 1596, ingresó a la Orden de San Agustín (agustinos). Fue un hombre corpulento y con evidente sobrepeso. Por ese motivo los frailes que vivían con él le gastaban bromas, a las que respondía siempre con una paciente sonrisa.
El más grande deseo de Bartolomé era ser misionero, viajar hasta los confines del mundo y proclamar la Palabra del Señor; lamentablemente, no eran pocos entre sus hermanos agustinos que veían esa posibilidad con escepticismo. No creían que Bartolomé fuera capaz de emprender un viaje a tierras lejanas y sobrevivir en medio de la geografía agreste o el clima adverso.
No obstante, el beato se las arregló para dejar atónitos a sus detractores en una. En cierta ocasión, Bartolomé se permitió responder a las burlas sobre su sobrepeso haciendo gala de ingenio y fina ironía. A los que se mofaban les dijo: “Tanto mejor, así habrá más reliquias que repartir cuando muera mártir, porque algún día iré a Filipinas y de allí a Japón donde moriré por la fe de Cristo”.
Grandeza de espíritu