Les pregunto a ustedes ¿Quieren ser jóvenes adormecidos, embobados, atontados? ¿Quieren que otros decidan el futuro por ustedes? ¿Quieren ser libres? ¿Quieren luchar por su futuro? No están muy convencidos, eh. ¿Quieren luchar por su futuro? (¡Sí!)
Pero la verdad es otra: queridos jóvenes, no vinimos a este mundo a «vegetar», a pasarla cómodamente, a hacer de la vida un sofá que nos adormezca; al contrario, hemos venido a otra cosa, a dejar una huella. Es muy triste pasar por la vida sin dejar una huella. Pero cuando optamos por la comodidad, por confundir felicidad con consumir, entonces el precio que pagamos es muy, pero que muy caro: perdemos la libertad. No somos libres para dejar una huella, perdemos la libertad. Este es el precio y hay mucha gente que quiere que los jóvenes no sean libres, que sigan atontados, embobados, adormecidos. Esto no puede ser, debemos defender nuestra libertad.
Ahí está precisamente una gran parálisis, cuando comenzamos a pensar que felicidad es sinónimo de comodidad, que ser feliz es andar por la vida dormido o narcotizado, que la única manera de ser feliz es ir como atontado. Es cierto que la droga hace mal, pero hay muchas otras drogas socialmente aceptadas que nos terminan volviendo tanto o más esclavos. Unas y otras nos despojan de nuestro mayor bien: la libertad. Nos despojan de la libertad.
Amigos, Jesús es el Señor del riesgo, el Señor del siempre «más allá». Jesús no es el Señor del confort, de la seguridad y de la comodidad. Para seguir a Jesús, hay que tener una cuota de valentía, hay que animarse a cambiar el sofá por un par de zapatos que te ayuden a caminar por caminos nunca soñados y menos pensados, por caminos que abran nuevos horizontes, capaces de contagiar alegría, esa alegría que nace del amor de Dios, la alegría que deja en tu corazón cada gesto, cada actitud de misericordia.
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Ir por los caminos siguiendo la «locura» de nuestro Dios que nos enseña a encontrarlo en el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en el enfermo, en el amigo caído en desgracia, en el que está preso, en el prófugo y el emigrante, en el vecino que está solo. Ir por los caminos de nuestro Dios que nos invita a ser actores políticos, personas que piensan, movilizadores sociales.
Que nos incita a pensar una economía más solidaria. En todos los ámbitos en los que ustedes se encuentren, ese amor de Dios nos invita llevar la buena nueva, haciendo de la propia vida un homenaje a Él y a los demás. Y esto significa ser valiente, significa ser libres.
Podrán decirme: «Padre pero eso no es para todos, sólo es para algunos elegidos». Sí, es verdad, y estos elegidos son todos aquellos que estén dispuestos a compartir su vida con los demás. De la misma manera que el Espíritu Santo transformó el corazón de los discípulos el día de Pentecostés, estaban paralizados, lo hizo también con nuestros amigos que compartieron sus testimonios.
Uso tus palabras, Miguel, vos nos decías que el día que en la Facenda te encomendaron la responsabilidad de ayudar a que la casa funcionara mejor, ahí comenzaste a entender que Dios pedía algo de ti. Así comenzó la transformación.
Ese es el secreto, queridos amigos, que todos estamos llamados a experimentar. Dios espera algo de ti, ¿Han entendido? Dios quiere algo de ti, Dios te espera a ti. Dios viene a romper nuestras clausuras, viene a abrir las puertas de nuestras vidas, de nuestras visiones, de nuestras miradas. Dios viene a abrir todo aquello que te encierra. Te está invitando a soñar, te quiere hacer ver que el mundo con vos puede ser distinto. Eso sí, si vos no ponés lo mejor de vos, el mundo no será distinto. Es un desafío.
El tiempo que hoy estamos viviendo, no necesita jóvenes-sofá, m?ody-kanapa, sino jóvenes con zapatos; mejor aún, con los botines puestos. Este tiempo sólo acepta jugadores titulares en la cancha, no hay espacio para suplentes. El mundo de hoy les pide que sean protagonistas de la historia porque la vida es linda siempre y cuando querramos vivirla, siempre y cuando querramos dejar una huella.