Nos hemos encontrado, nos hemos abrazado fraternalmente, hemos rezado juntos y compartido los dones, las esperanzas y las preocupaciones de la Iglesia de Cristo, cuyo corazón oímos latir al unísono, y en la que creemos y sentimos como una. «Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza [...]. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos»: con gozo podemos hacer verdaderamente nuestras estas palabras del apóstol Pablo.
Nos hemos encontrado precisamente en el signo de los santos Apóstoles. Los santos Bartolomé y Tadeo, que proclamaron por primera vez el Evangelio en estas tierras, y los santos Pedro y Pablo, que dieron su vida por el Señor en Roma, y que ahora reinan con Cristo en el cielo, se alegran ciertamente al ver nuestro afecto y nuestra aspiración concreta a la plena comunión. Por todo esto doy gracias al Señor, por vosotros y con vosotros: ¡Park astutsò! (¡Gloria a Dios!).
En esta Divina Liturgia, el solemne canto del trisagio se ha elevado al cielo, ensalzando la santidad de Dios; que descienda copiosamente la bendición del Altísimo sobre la tierra por intercesión de la Madre de Dios, de los grandes santos y doctores, de los mártires, sobre todo de tantos mártires que en este lugar habéis canonizados el año pasado.
«El Unigénito que vino aquí» bendiga vuestro camino. Que el Espíritu Santo haga de los creyentes un solo corazón y una sola alma; que venga a refundarnos en la unidad. Por eso quisiera invocarlo nuevamente, tomando algunas espléndidas palabras que han entrado en vuestra Liturgia. Ven, Espíritu, Tú, «que con gemidos incesantes eres nuestro intercesor ante el Padre misericordioso, Tú, que velas por los santos y purificas a los pecadores»; infunde en nosotros tu fuego de amor y unidad, y «que este fuego diluya los motivos de nuestro escándalo» (Gregorio de Narek, Libro de las Lamentaciones, 33, 5), ante todo, la falta de unidad entre los discípulos de Cristo.
Que la Iglesia Armenia camine en paz, y la comunión entre nosotros sea plena. Que brote en todos un fuerte anhelo de unidad, una unidad que no debe ser «ni sumisión del uno al otro, ni absorción, sino más bien la aceptación de todos los dones que Dios ha dado a cada uno, para manifestar a todo el mundo el gran misterio de la salvación llevada a cabo por Cristo, el Señor, por medio del Espíritu Santo» (Palabras al final de la Divina Liturgia, Iglesia patriarcal de San Jorge, Estambul, 30 noviembre 2014).
Acojamos la llamada de los santos, escuchemos la voz de los humildes y los pobres, de tantas víctimas del odio que sufrieron y sacrificaron sus vidas a causa de su fe; tengamos el oído abierto a las jóvenes generaciones, que anhelan un futuro libre de las divisiones del pasado. Que desde este lugar santo se difunda de nuevo una luz radiante; la de la fe, que desde san Gregorio, vuestro padre según el Evangelio, ha iluminado estas tierras, y a ella se una la luz del amor que perdona y reconcilia.