SANTIAGO DE CHILE,
La marea roja, fenómeno de contaminación natural de la fauna marina que afecta desde enero a las Regiones de los Lagos y Los Ríos en el Sur de Chile, fue motivo de 18 días de movilizaciones sociales en la Isla Grande de Chiloé y trajo una serie de consecuencias que repercutirán por siempre en la vida de sus habitantes.
Ante el riesgo de intoxicación humana por el consumo de pescados y mariscos contaminados, el gobierno de Chile decretó zona de catástrofe el pasado 29 de abril prohibiendo la extracción y pesca. Al verse afectada la fuente laboral de alrededor de 10 mil personas; pescadores, mariscadores y buzos cortaron la ruta principal de acceso a la Isla, el Canal de Chacao, entre el 2 y el 20 de mayo.
Las tomas de camino concluyeron tras el acuerdo del gobierno de pagar durante tres meses un total de 750 mil pesos a los afectados. Sin embargo, la crisis trajo desabastecimiento de combustible, alimentos básicos, medicamentos e incluso afectó al turismo y a las industrias de salmón y moluscos que hoy se encuentran realizando despidos masivos de sus trabajadores.
Al respecto, el Obispo de Ancud, Mons. Juan María Agurto, que acompaña a los pobladores en este proceso y vive en la isla de Chiloé hace 14 años manifestó que "este es un momento doloroso de la crisis en que hay que reflexionar profundamente por las consecuencias de nuestras actitudes personales y sociales".
"Aquí es cuando la casa común descrita por el Papa Francisco en (la encíclica) Laudato si' toma relevancia y sentido porque lo estamos experimentando y es nuestra responsabilidad para con las futuras generaciones. El mismo Papa nos ha dicho que los daños que se le han hecho a la naturaleza están volviéndose contra nosotros mismos", comentó.
En diálogo con con ACI Prensa Mons. Agurto explicó que "lo que está pasando ahora es una consecuencia negativa de un sistema económico de explotación del mar, que no ha sido respetuoso y no ha buscado un desarrollo responsable y sustentable".