Hoy, 4 de mayo, la Iglesia celebra el Tercer Domingo de Pascua. Han pasado ya dos semanas desde el Domingo de Resurrección -el mayor de todos los domingos- y seguimos adentrándonos, paso a paso, en el tiempo litúrgico más importante del año: el Tiempo Pascual.
La Pascua es la gran celebración de la resurrección del Señor de entre los muertos. Esta celebración, que se prolonga durante cincuenta días, sigue siendo para la Iglesia como “un solo día”. Esta es una dinámica espiritual muy semejante a la que acabamos de vivir durante la octava de Pascua, y que ahora ha de prolongarse pasando por la Ascensión del Señor hasta el domingo de Pentecostés.
El Tiempo Pascual es un periodo especial en el que los cristianos estamos invitados a vivir la alegría glorificada por la victoria definitiva de Cristo sobre el pecado y la muerte. Este gozo ha de expresarse frecuentemente a través de la aclamación ¡Aleluya!, muy presente en la liturgia, y que debemos hacer resonar en el día a día.
III Domingo de Pascua
La lectura del Evangelio está tomada del relato de San Juan, quien narra los eventos sucedidos junto al lago de Tiberíades (Jn 21, 1-19).
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, Natanael, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos más. Habían salido juntos a pescar –el grupo, tras la muerte de Jesús, estaba de vuelta a su antiguo oficio– siguiendo a Pedro. Las horas pasaban y las redes estaban vacías. De pronto, se apareció Jesús en la orilla y les preguntó cómo iba la pesca. Ellos respondieron que mal, y entonces Jesús les dijo: "Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces". Así lo hicieron y pescaron tanto que las redes estaban a punto de romperse. El prodigio les abrió los ojos a Juan que reconoció a Jesús y exclamó: “Es el Señor”. Entonces, Pedro, emocionado, se lanzó al agua y nadó hasta la orilla. El resto de discípulos llegó después, empujando la barca. Jesús se sienta a compartir el alimento con ellos y confirma el amor de Pedro, el Apóstol, tres veces, una por cada vez que lo negó.