Y en la Biblia este es un estribillo continuo, ¿eh?: el necesitado, la viuda, el extranjero, el forastero, el huérfano. Es un estribillo. Porque Dios quiere que su pueblo mire a estos hermanos nuestros. Pero, yo diré que están al centro del mensaje: alabar a Dios con el sacrificio y alabar a Dios con la limosna. Junto a la obligación de recordarse de ellos, es dada también una indicación preciosa: «Cuando le des algo, lo harás de buena gana» (Deut 15,10). Esto significa que la caridad exige, sobre todo, una actitud de alegría interior. Ofrecer misericordia no puede ser un peso o un fastidio de la cual liberarse a prisa.
Y cuánta gente se justifica por dar, porque no da la limosna diciendo: "Pero, ¿Cómo será esto? Éste a quien yo daré, irá a comprar vino para emborracharse". ¡Pero si él se embriaga, es porque no tiene otro camino! Y tú, ¿qué cosa haces a escondidas, cuando nadie ve? Y tú, ¿eres juez de aquel pobre hombre que te pide una moneda para un vaso de vino? Me gusta recordar el episodio del viejo Tobías que, después de haber recibido una gran suma de dinero, llamó a su hijo y lo instruyó con estas palabras: «A todos los que practican la justicia. Da la limosna de tus bienes y no lo hagas de mala gana. No apartes tu rostro del pobre y el Señor no apartará su rostro de ti» (Tob 4,7-8). Son palabras muy sabias que ayudan a entender el valor de la limosna.
Jesús, como hemos escuchado, nos ha dejado una enseñanza insustituible al respecto. Sobre todo, nos pide no dar limosna para ser alabados y admirados por los hombres por nuestra generosidad: "Haz de modo que tu mano derecha no sepa lo que hace tú izquierda".
No es la apariencia la que cuenta, sino la capacidad de detenerse para mirar en la cara a la persona que pide ayuda. Cada uno de nosotros puede preguntarse: "¿Yo soy capaz de detenerme y mirar en la cara, mirar a los ojos, a la persona que me está pidiendo ayuda? ¿Soy capaz?
No debemos identificar, pues, la limosna con la simple moneda ofrecida a prisa, sin mirar a la persona y sin detenerse a hablar para comprender que cosa tienen verdaderamente necesidad. Al mismo tiempo, debemos distinguir entre los pobres y las diversas formas de mendicidad que no hacen justicia a los verdaderos pobres. En conclusión, la limosna es un gesto de amor que se dirige a cuantos encontramos; es un gesto de atención sincera a quien se acerca a nosotros y pide nuestra ayuda, hecho en el secreto donde solo Dios ve y comprende el valor del acto realizado. Pero, dar limosna también debe ser para nosotros una cosa que sea un sacrificio.
Yo recuerdo una mamá: tenía tres hijos; de seis, cinco y tres años, más o menos. Y siempre enseñaba a sus hijos que se debía dar limosna a aquellas personas que la pedían. Estaban almorzando; cada uno estaba comiendo un filete a la milanesa, como se dice en mi tierra, "apanado". Y tocan a la puerta, el mayor va a abrir y regresa: "Mamá, hay un pobre que pide comer, ¿Qué hacemos?". "¡Le damos – los tres – le damos!". "Bien: toma la mitad de tu filete, tú toma la otra mitad, tú la otra mitad, y hacemos dos sándwiches". "¡Ah no, mamá, no!". "¿Ah, no?", tú, da de lo tuyo. Tú da de aquello que te cuesta. Esto es involucrarse con el pobre. Yo me privo de algo mío para darte a ti. Y a los padres, atentos. Eduquen a sus hijos a dar limosna, a ser generosos con aquello que tienen.