Cada 13 de marzo, la Iglesia celebra a Santa Eufrasia de Constantinopla, monja del siglo IV, una de las figuras más importantes del monacato femenino de la antigüedad. Eufrasia es recordada como ejemplo de piedad, desprendimiento de las cosas de este mundo y caridad.
Protegida del emperador
Eufrasia fue hija de Antígono, senador de Constantinopla, emparentado con el emperador Teodosio I. Un año después del nacimiento de Eufrasia (ca. 380), Antígono murió, por lo que la pequeña y su madre quedaron bajo la protección de la casa imperial. El emperador se encargó personalmente del cuidado de ambas mujeres.
Cuando Eufrasia cumplió los 5 años, según la costumbre, Teodosio I decidió comprometerla en futuro matrimonio con el hijo de un rico senador romano. Mientras tanto, su madre, llamada también Eufrasia, iba fortaleciendo cada vez más con su fe cristiana, al punto que decidió dejar Constantinopla y trasladarse a Egipto con su hija. Eufrasia tendría unos 7 años cuando llegó a ese país al lado de su madre y tuvo su primer contacto con el movimiento espiritual encabezado por eremitas y los monjes de Tebaida.
Egipto era una tierra en la que florecía la espiritualidad cristiana, donde grandes santas y santos testimoniaban la grandeza de Dios. Allí, las dos mujeres empezaron a frecuentar el monasterio de Santa María, fundado por San Cirilo de Alejandría y Santa Sara, haciéndose cercanas a las monjas que lo habitaban y adoptando muchas de sus costumbres.