Hoy 30 de marzo, la Iglesia Católica celebra el IV Domingo de Cuaresma, el llamado Domingo Laetare cuyo nombre viene de las primeras palabras del Introito de la Misa, Laetare Jerusalem –¡Alégrate, oh, Jerusalén!–.
Este domingo es ocasión para recordar que nos encontramos alrededor de la mitad de la Cuaresma, lo que significa que hemos avanzado un buen trecho en el camino penitencial rumbo a la Pascua. Si bien aún no es propicio celebrar, sí es momento de aferrarnos más fuerte a la misericordia divina, que se ha hecho bálsamo que alivia el espíritu y llena de esperanza al pecador.
La lectura del Evangelio de hoy está tomada de San Lucas (Lc 15, 1-3. 11-32) y en ella Jesús se extiende hermosamente en un relato sobre la misericordia del Padre: la parábola del hijo pródigo.
Lucas nos sitúa en el contexto sin rodeos: «... se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos”». Jesús, entonces, dice una parábola. Un padre tenía dos hijos. El menor de ellos reclama su herencia y se va a una tierra lejana, donde malgastó lo recibido, llegando a pasar hambre. Como se quedó sin nada, se puso a trabajar cuidando cerdos y llegó a desear lo que estos comían. Luego, entrando en sí mismo, recapacitó: “¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”. Y tomó rumbo a la casa paterna.
Ni siquiera había llegado, cuando el padre lo divisó a lo lejos. Dice la Escritura: “Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos”. El padre se alegró tanto que hizo una fiesta para el hijo que había vuelto. Sin embargo, el hermano mayor sintió celos porque había permanecido siempre al lado de su padre y este nunca lo había honrado con una fiesta similar. Ofuscado, se rehusaba a entrar a la fiesta. Entonces, el padre lo hizo entrar en razón: “Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo… era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida”.
Dice el Papa Francisco: “El Evangelio de hoy (Lc 15,1-32) comienza con algunos que critican a Jesús, lo ven en compañía de publicanos y pecadores, y dicen con indignación: «Este acoge a los pecadores y come con ellos» (v. 2). Esta frase se revela, en realidad, como un anuncio maravilloso. Jesús acoge a los pecadores y come con ellos. Esto es lo que nos sucede, en cada misa, en cada iglesia: Jesús se alegra de acogernos en su mesa, donde se ofrece por nosotros… Dios es el padre que espera el regreso del hijo pródigo: Dios nos espera siempre, no se cansa, no se desanima. Porque somos nosotros, cada uno de nosotros, ese hijo que se vuelve a abrazar, esa moneda encontrada, esa oveja acariciada y puesta sobre sus hombros. Él espera cada día que nos demos cuenta de su amor. Y tú dices: “¡Pero he hecho mal tantas cosas, han sido demasiadas!”. No tengas miedo: Dios te ama, te ama tal como eres y sabe que sólo su amor puede cambiar tu vida” (Ángelus, 15 de septiembre de 2019).