Cada 28 de febrero recordamos a la Beata Antonia de Florencia, religiosa italiana del siglo XV, una mujer que enviudó dos veces y que Dios llamó a la vida religiosa en la etapa final de su vida. Él la convocaría a ser protagonista de una importante reforma al interior de su familia espiritual.
Esposa y madre
Se sabe poco de la infancia de Antonia, salvo que nació en Florencia (Italia) en 1401. Por contraste, se conoce bastante sobre su vida adulta: según la costumbre, contrajo matrimonio a los 15 años y llegó a tener un hijo. Lamentablemente enviudó muy joven. La misma suerte corrió con su segundo esposo, quien también falleció. Esta segunda pérdida le produjo una fuerte crisis espiritual y existencial, probablemente más dura que la primera. Antonia entonces se aferra a Dios, quizás, como nunca antes lo había hecho.
Ese segundo golpe la llevó pronto a considerar, con seriedad, si el Señor tenía un plan especial para ella, lejos del matrimonio y de la vida mundana. Fue así que, cuando su hijo ya pudo ocuparse de sus propios asuntos, Antonia tomó la decisión de ser religiosa. Sin proponérselo ella se convertiría más adelante en una de las primeras mujeres en ser consagradas en el convento de las Hermanas Terciarias Regulares de San Francisco de Asís, en Florencia; pese a la férrea oposición de su familia, que pretendía casarla de nuevo.
Madre espiritual
En 1430, un año después de entrar al claustro, fue nombrada superiora del convento de Santa Ana en Foligno y, después de tres años allí, fue enviada al convento de Santa Isabel en Aquila. Allí tuvo como director espiritual a San Juan de Capistrano, quien, junto con San Bernardino de Siena, promovía por aquel tiempo la llamada “Observancia”; es decir, la reforma estricta de la Orden de San Francisco de Asís.