Cada 23 de febrero la Iglesia recuerda a San Policarpo (ca. 69 - ca. 155), obispo y mártir de la Iglesia primitiva, nacido alrededor del año 70 en Esmirna, antigua provincia del imperio romano (hoy parte de Turquía).
Es probable que haya nacido en el seno de una familia convertida al cristianismo y que haya recibido el don de la fe desde temprano. Curiosamente, su nombre, “Policarpo”, quiere decir en griego “el que produce muchos frutos”, algo que sin duda subraya la forma en que vivió.
Policarpo se caracterizó por su celo y fidelidad a la doctrina de los Apóstoles. Predicó entre los paganos y combatió las primeras herejías. De acuerdo a San Ireneo, anunció a Cristo con paciencia y amabilidad, poniendo especial atención en las viudas, los esclavos y los menos educados.
San Policarpo es considerado uno de los tres Padres Apostólicos, al lado de los santos Clemente de Roma, Papa (? - ca. 97/99) e Ignacio de Antioquía (ca. 35 - ca. 108/110).
Al lado del más joven de los apóstoles
De acuerdo a abundantes testimonios de la época, San Policarpo fue discípulo del apóstol San Juan, cuya guía espiritual fue determinante para que alcanzara un profundo conocimiento de las enseñanzas de Cristo.