CIUDAD JUÁREZ,
La última actividad del Papa Francisco en México antes de volver a Roma ha sido una multitudinaria Misa celebrada en esta ciudad fronteriza en donde hace hincapié en la dura realidad de los migrantes. A continuación la homilía completo del Papa Francisco:
La gloria de Dios es la vida del hombre, así lo decía San Ireneo en el siglo II, expresión que sigue resonando en el corazón de la Iglesia. La gloria del Padre es la vida de sus hijos. No hay gloria más grande para un padre que ver la realización de los suyos; no hay satisfacción mayor que verlos salir adelante, verlos crecer y desarrollarse. Así lo atestigua la primera lectura que escuchamos. Nínive, una gran ciudad que se estaba autodestruyendo, fruto de la opresión y la degradación, de la violencia y de la injusticia. La gran capital tenía los días contados, ya que no era sostenible la violencia generada en sí misma. Ahí aparece el Señor moviendo el corazón de Jonás, ahí aparece el Padre invitando y enviando su mensajero. Jonás es convocado para recibir una misión. Ve, le dice, porque «dentro de cuarenta días, Nínive será destruida» (Jon 3,4). Ve, ayúdalos a comprender que con esa manera de tratarse, regularse, organizarse, lo único que están generando es muerte y destrucción, sufrimiento y opresión. Hazles ver que no hay vida para nadie, ni para el rey ni para el súbdito, ni para los campos ni para el ganado. Ve y anuncia que se han acostumbrado de tal manera a la degradación que han perdido la sensibilidad ante el dolor. Ve y diles que la injusticia se ha instalado en su mirada. Por eso va Jonás. Dios lo envía a evidenciar lo que estaba sucediendo, lo envía a despertar a un pueblo ebrio de sí mismo.
Y en este texto nos encontramos frente al misterio de la misericordia divina. La misericordia rechaza siempre la maldad, tomando muy en serio al ser humano. Apela siempre a la bondad de cada persona aunque esté dormida, anestesiada. Lejos de aniquilar, como muchas veces pretendemos o queremos hacerlo nosotros, la misericordia se acerca a toda situación para transformarla desde adentro. Ese es precisamente el misterio de la misericordia divina. Se acerca, invita a la conversión, invita al arrepentimiento; invita a ver el daño que a todos los niveles se está causando. La misericordia siempre entra en el mal para transformarlo.
Misterio de nuestro Padre Dios, envía a su Hijo que se metió en el mal, se hizo pecado para transformar el mal. Esa es su misericordia. El rey escuchó, los habitantes de la ciudad reaccionaron y se decretó el arrepentimiento. La misericordia de Dios entró en el corazón revelando y manifestando lo que será nuestra certeza y nuestra esperanza: siempre hay posibilidad de cambio, estamos a tiempo de reaccionar y transformar, modificar y cambiar, convertir lo que nos está destruyendo como pueblo, lo que nos está degradando como humanidad. La misericordia nos alienta a mirar el presente y confiar en lo sano y bueno que late en cada corazón. La misericordia de Dios es nuestro escudo y nuestra fortaleza.
Jonás ayudó a ver, ayudó a tomar conciencia. Acto seguido, su llamada encuentra hombres y mujeres capaces de arrepentirse, capaces de llorar. Llorar por la injusticia, llorar por la degradación, llorar por la opresión. Son las lágrimas las que pueden darle paso a la transformación, son las lágrimas las que pueden ablandar el corazón, son las lágrimas las que pueden purificar la mirada y ayudar a ver el círculo de pecado en que muchas veces se está sumergido. Son las lágrimas las que logran sensibilizar la mirada y la actitud endurecida y especialmente adormecida ante el sufrimiento ajeno. Son las lágrimas las que pueden generar una ruptura capaz de abrirnos a la conversión.
Así le pasó a Pedro, después de haber renegado de Jesús, lloró y las lágrimas le abrieron el corazón. Que esta palabra suene con fuerza hoy entre nosotros, esta palabra es la voz que grita en el desierto y nos invita a la conversión. En este Año de la Misericordia, y en este lugar, quiero con ustedes implorar la misericordia divina, quiero pedir con ustedes el don de las lágrimas, el don de la conversión.