CIUDAD DE MÉXICO,
El Papa Francisco llegó al Santuario de la Virgen de Guadalupe en el cerro del Tepeyac, conocido como "La Villa", y pronunció esta emotiva homilía ante las miles de personas que asistieron al lugar.
A continuación el texto completo de la homilía:
Escuchamos cómo María fue al encuentro de su prima Isabel. Sin demoras, sin dudas, sin lentitud va a acompañar a su pariente que estaba en los últimos meses de embarazo.
El encuentro con el ángel a María no la detuvo, porque no se sintió privilegiada, ni que tenía que apartarse de la vida de los suyos. Al contrario, reavivó y puso en movimiento una actitud por la que María es y será reconocida siempre como la mujer del «sí», un sí de entrega a Dios y, en el mismo momento, un sí de entrega a sus hermanos. Es el sí que la puso en movimiento para dar lo mejor de ella yendo en camino al encuentro con los demás.
Escuchar este pasaje evangélico y en esta casa tiene un sabor especial. María, la mujer del sí, también quiso visitar a los habitantes de estas tierras de América en la persona del indio San Juan Diego. Y así como se movió por los caminos de Judea y Galilea, de la misma manera caminó al Tepeyac, con sus ropas, usando su lengua, para servir a esta gran Nación. Y así como acompañó la gestación de Isabel, ha acompañado y acompaña la gestación de esta bendita tierra mexicana. Así como se hizo presente al pequeño Juanito, de esa misma manera se sigue haciendo presente a todos nosotros; especialmente a aquellos que como él sienten «que no valían nada» (cf. Nican Mopohua, 55). Esta elección particular, digamos preferencial, no fue en contra de nadie sino a favor de todos. El pequeño indio Juan, que se llamaba a sí mismo como «mecapal, cacaxtle, cola, ala, es decir sometido a cargo ajeno» (cf. ibíd, 55), se volvía «el embajador, muy digno de confianza».
En aquel amanecer de diciembre de 1531 se producía el primer milagro que luego será la memoria viva de todo lo que este Santuario custodia. En ese amanecer, en ese encuentro, Dios despertó la esperanza de su hijo Juan, la esperanza de un Pueblo. En ese amanecer Dios despertó y despierta la esperanza de los pequeños, de los sufrientes, de los desplazados y descartados, de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras. En ese amanecer, Dios se acercó y se acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos.