VATICANO,
El Papa Francisco presidió este miércoles la Santa Misa con el rito de la imposición de las Cenizas y envío de los Misioneros de la Misericordia.
A continuación el texto completo de su homilia, gracias a Radio Vaticana:
La palabra de Dios al inicio del camino cuaresmal dirige a la Iglesia y a cada uno de nosotros dos invitaciones. La primera es aquella de San Pablo: "Déjense reconciliar con Dios", no es simplemente un buen consejo paterno y mucho menos una sugerencia. Es una verdadera y propia súplica en nombre de Cristo: "Les suplicamos en nombre de Cristo: déjense reconciliar con Dios". ¿Por qué un llamamiento así tan solemne y apasionado?
Porque Cristo sabe cuán frágiles y pecadores somos. Conoce la debilidad de nuestro corazón, lo ve herido por el mal que hemos cometido y sufrido, sabe cuánta necesidad tenemos del perdón, sabe que es necesario que nos sintamos amados para realizar el bien. Solos no podemos hacerlo, por esto el apóstol no nos dice que "hagamos cualquier cosa", sino que nos dejemos reconciliar con Dios, permitirle que nos perdone con confianza porque Dios es más grande que nuestro corazón. Él vence el pecado y nos levanta de la miseria si nos confiamos a él. Está en nosotros reconocernos necesitados de misericordia: es el primer paso del camino del cristiano; se trata de entrar a través de la puerta abierta, que es Cristo, donde él nos espera, el salvador y nos ofrece una vida nueva y alegre.
Puede haber algunos obstáculos que cierran las puertas del corazón: está la tentación de blindar las puertas, o sea de convivir con el propio pecado, minimizándolo, justificándonos siempre, pensando que no somos peores que los demás, y de esta manera se bloquea la cerradura del alma y permanecemos encerrados en nosotros mismos, prisioneros del mal. Otro obstáculo es la vergüenza de abrir la puerta secreta del corazón. La vergüenza, en realidad, es un buen síntoma porque indica que queremos cortar con el mal. Sin embargo, no debe jamás transformarse en temor o miedo.
Y existe una tercera insidia: aquella de alejarnos de la puerta. Sucede cuando nos escondemos en nuestras miserias. Cuando rumeamos continuamente relacionando entre ellas las cosas negativas hasta el punto de hundirnos en el sótano más oscuro del alma. Entonces nos convertimos en familiares de la tristeza que no queremos, nos acobardamos y somos débiles frente a las tentaciones. Esto sucede porque permanecemos solos en nosotros mismos, cerrándonos y huyendo de la luz. Solamente la gracia del Señor nos libera. Dejémonos entonces reconciliar escuchando a Jesús, que dice a quien está cansado y oprimido: "Vengan a mí". No permanecer en sí mismo sino ir hacia él. Ahí existe la Paz y el descanso. En esta celebración están presentes los Misioneros de la Misericordia para recibir el mandato de ser signos e instrumentos del perdón de Dios. Queridos hermanos, puedan ayudar a abrir las puertas del corazón y superar la vergüenza y no huir de la luz. Que sus manos bendigan y levanten a los hermanos y a las hermanas con paternidad. Que a través de ustedes la mirada y las manos del Padre se posen sobre sus hijos y les curen las heridas.