21 de noviembre de 2024 Donar
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Hoy celebramos a Santa Josefina Bakhita, la “Madre Morena”, ícono del catolicismo africano

Santa Josefina Bakhita, 8 de febrero / ACI Prensa

Cada 8 de febrero celebramos la fiesta de Santa Josefina Bakhita, religiosa africana conocida como la “Madre moretta” [Madre morena], en alusión al color de su piel. Ella nació en Darfur (Sudán) y se nacionalizó italiana.

Josefina vivió en carne propia los horrores de la esclavitud durante gran parte de su vida. El nombre “Bakhita”, que quiere decir ‘afortunada’ en árabe, se lo pusieron quienes traficaron con ella cuando tenía entre 7 o 9 años, mientras que “Giuseppina”, Josefina, lo recibió doce años más tarde, al momento de ser bautizada.

"Si volviese a encontrar a aquellos negreros que me raptaron y torturaron, me arrodillaría para besar sus manos porque, si no hubiese sucedido esto, ahora no sería cristiana y religiosa", afirma Josefina en uno de los impactantes testimonios recogidos en su biografía. Estas palabras hoy, de alguna manera, se han convertido en la carta de presentación que identifica la belleza de su espíritu y la grandeza de su corazón. Santa Josefina es un ícono de la historia del cristianismo en África.

"Viví una vida muy feliz y despreocupada, sin saber qué era el sufrimiento"

Sus orígenes no son del todo claros, pero probablemente nació en Olgossa, un pueblo de Darfur (Sudán), alrededor de 1869. Lamentablemente, Josefina no sabía a ciencia cierta dónde y cuándo nació; como tampoco recordaba con seguridad el nombre que le pusieron al nacer. Guardaba, sí, recuerdos de la etapa previa a su secuestro y posterior venta como esclava: "Viví una vida muy feliz y despreocupada, sin saber qué era el sufrimiento".

Bakhita vivió con sus padres y hermanos hasta el día en que unos negreros árabes la secuestraron en el bosque. La llevaron a una ciudad llamada El-Obeid, donde fue vendida. El hombre que la compró ese día sería el primero de un total de cinco “amos” que la tuvieron a lo largo de su vida.

Uno de esos cinco hombres -su cuarto “amo”- fue particularmente cruel. Con él sufrió las peores humillaciones y maltratos cuando tenía solo unos 13 años. Aquel hombre la mandó tatuar -”ejercicio” por el que le realizaron ciento catorce incisiones en la piel que, para evitar infecciones posteriores, fueron “curadas” con sal a lo largo de un mes- y la trató como hoy ya no es posible siquiera tratar a un animal. Bakhita señaló alguna vez: "Sentía que iba a morir en cualquier momento, en especial cuando me colocaban la sal".

Rumbo a Italia

En 1884 Josefina llegó a Italia acompañando al que fue su quinto amo y a un amigo de este, Augusto Michieli. Michieli se convertiría en su sexto y último “dueño”, tras llevarla a su casa en condición de sirvienta, pues en Italia estaba prohibida la esclavitud.

Bakhita trabajó de niñera en casa de los Michieli y entabló una cercana amistad con una de las hijas de la familia llamada Minnina. Años más tarde, ambas se harían religiosas en Venecia. Fue gracias a la generosidad de la familia Michieli como Bakhita conoció a Dios y aprendió que "Él había permanecido en su corazón siempre”, aún en los momentos de mayor dolor, y que Él le había dado fuerzas para poder soportar tanto maltrato. Por eso, Josefina solía completar la frase anterior con una otra contundente afirmación: "... Pero recién en ese momento sabía quién era (Él)".

La libertad que Dios da

El 9 de enero de 1890 la santa recibió el bautismo, la primera comunión y la confirmación. Desde ese momento tomó el nombre cristiano de “Josefina Margarita Afortunada”. La futura religiosa africana decidió permanecer en Italia, donde se sentía más segura, lejos del peligro de volver a ser esclavizada, y donde había conocido a quien estuvo esperando toda su vida: Jesús de Nazaret. Junto a Minnina ingresó al noviciado del Instituto de las Hermanas de la Caridad en Venecia, y se convertiría, años más adelante, en una integrante más de la orden a los 38 años de edad, el 7 de diciembre de 1893.

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En 1902 fue enviada a Venecia. En esa ciudad trabajó limpiando, cocinando y cuidando de los pobres. Sin hacer algo “extraordinario” -como un portento o  milagro- Bakhita se ganó la fama de santa. Siempre modesta y humilde, mantuvo una fe firme, haciendo de su vida cotidiana algo extraordinario, una bella ofrenda para Dios.

Hermana universal

Por su espiritualidad, cercanía y fuerza ante la adversidad, San Juan Pablo II la llamó “hermana universal” (Homilía de la Beatificación, 17 de mayo de 1992). Bakhita falleció el 8 de febrero de 1947 en Schio, al norte de Italia, congregando a miles de personas durante su funeral.

En 1978 fue declarada “Venerable”, y San Juan Pablo II la beatificó el 17 de mayo de 1992, decretando que su fiesta sea celebrada cada 8 de febrero. Durante la homilía de la ceremonia de beatificación, el Pontífice afirmó: “En nuestro tiempo, en el que la carrera desenfrenada por el poder, el dinero y el disfrute causa tanta desconfianza, violencia y soledad, el Señor nos devuelve a la hermana Bakhita como hermana universal, para que nos revele el secreto de la felicidad más verdadera: las Bienaventuranzas”.

Sería el mismo San Juan Pablo II quien la canonizaría el año 2000, durante el Jubileo por el segundo milenio, como una forma de honrar al pueblo africano y a todos los cristianos, hombres y mujeres que sufrieron la esclavitud a lo largo de la historia.

Benedicto XVI: la esperanza de una santa africana

El año 2007, el Papa Benedicto XVI utilizó el ejemplo de vida de Santa Josefina Bakhita en su encíclica Spe Salvi [En esperanza fuimos salvados], para recordar cuál es el sentido de la esperanza.

“Bakhita (...) solo había conocido dueños que la despreciaban y maltrataban o, en el mejor de los casos, la consideraban una esclava útil. Ahora, por el contrario, oía decir que había un ‘Paron’ por encima de todos los dueños, el Señor de todos los señores, y que este Señor es bueno, la bondad en persona. Se enteró de que este Señor también la conocía, que la había creado también a ella; más aún, que la quería. También ella era amada, y precisamente por el ‘Paron’ supremo, ante el cual todos los demás no son más que míseros siervos. Ella era conocida y amada, y era esperada…”.

"Incluso más -continua el Papa-: este Dueño había afrontado personalmente el destino de ser maltratado y ahora la esperaba ‘a la derecha de Dios Padre’. En este momento tuvo ‘esperanza’; no solo la pequeña esperanza de encontrar dueños menos crueles, sino la gran esperanza: yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa”.

Benedicto XVI subrayaba además que “a través del conocimiento de esta esperanza ella fue ‘redimida’, ya no se sentía esclava, sino hija libre de Dios. Entendió lo que Pablo quería decir cuando recordó a los Efesios que antes estaban en el mundo sin esperanza y sin Dios; sin esperanza porque estaban sin Dios".

Si deseas conocer más sobre Santa Josefina Bakhita, te recomendamos el siguiente artículo de la Enciclopedia Católica: https://ec.aciprensa.com/wiki/Santa_Josefina_Bakhita.

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