Ustedes han sido elegidos para el ministerio de la catequesis. Quisiera ante todo darles las gracias por los sacrificios que hacen ustedes y sus familias, y por el celo y la devoción con la que llevan a cabo su importante misión. Ustedes enseñan lo que Jesús enseñó, instruyen a los adultos y ayudan a los padres para que eduquen a sus hijos en la fe, y llevan a todos la alegría y la esperanza de la vida eterna. Gracias por su dedicación, por el ejemplo que ofrecen, por la cercanía al pueblo de Dios en su vida cotidiana y por los tantos modos en que plantan y cultivan la semilla de la fe en toda esta vasta tierra. Gracias especialmente por el hecho de enseñar a rezar a los niños y a los jóvenes.
Es un trabajo importante enseñarles a los niños y a los jóvenes a rezar. Sé que su trabajo, aunque gratificante, no es fácil. Por eso les animo a perseverar, y pido a sus Obispos y a sus sacerdotes que les den una formación doctrinal, espiritual y pastoral que les ayude cada vez más en su acción. Aun cuando la tarea parece difícil, los recursos resultan insuficientes y los obstáculos demasiado grandes, les hará bien recordar que el suyo es un trabajo santo, y quiero subrayarlo, el vuestro es un trabajo santo. El Espíritu Santo está presente allí donde se proclama el nombre de Cristo. Él está en medio de nosotros cada vez que en la oración elevamos el corazón y la mente a Dios. Él les dará la luz y la fuerza que necesitan. El mensaje que llevan hundirá más sus raíces en el corazón de las personas en la medida en que ustedes sean no solo maestros, sino también testigos. Que su ejemplo haga ver a todos la belleza de la oración, el poder de la misericordia y del perdón, la alegría de compartir la Eucaristía con todos los hermanos y hermanas.
La comunidad cristiana en Uganda ha crecido mucho gracias al testimonio de los mártires. Ellos han dado testimonio de la verdad que hace libres; estuvieron dispuestos a derramar su sangre para permanecer fieles a lo que sabían que era bueno, bello y verdadero. Estamos hoy aquí en Munyonyo, donde el Rey Mwanga decidió eliminar a los seguidores de Cristo. No tuvo éxito en su intento, como tampoco el Rey Herodes consiguió matar a Jesús. La luz brilló en las tinieblas y las tinieblas no prevalecieron (cf. Jn 1,5). Después de haber visto el valiente testimonio de San Andrés Kaggwa y de sus compañeros, los cristianos en Uganda creyeron todavía más en las promesas de Cristo.
Que San Andrés, su Patrón, y todos los catequistas ugandeses mártires, obtengan para ustedes la gracia de ser maestros con sabiduría, hombres y mujeres cuyas palabras estén colmadas de gracia, de un testimonio convincente del esplendor de la verdad de Dios y de la alegría del Evangelio, testimonios de santidad. Vayan sin miedo a cada ciudad y pueblo de este país para difundir la buena semilla de la Palabra de Dios, y tengan confianza en su promesa de que volverán contentos, con gavillas de abundante cosecha.
Les pido a todos ustedes catequistas que recen por mí y que hagan que los niños recen por mí.
Omukama Abawe Omukisa! (Que Dios los bendiga).