"Misionero de la Misericordia": así me he presentado en Cuba, una tierra rica de belleza natural, de cultura y de fe. La misericordia de Dios es más grande que cada herida, cada conflicto, cada ideología; y con esta mirada de misericordia he podido abrazar todo el pueblo cubano en patria y fuera, más allá de cada división. Símbolo de esta unidad profunda del alma cubana es la Virgen de la Caridad del Cobre, que hace cien años ha sido proclamada Patrona de Cuba. Fui como peregrino al Santuario de esta Madre de esperanza, Madre que guía en el camino de justicia, paz, libertad y reconciliación.
He podido compartir con el pueblo cubano la esperanza del cumplirse la profecía de san Juan Pablo II: que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba. No más cierres, no más explotación de la pobreza, sino libertad en la dignidad. Este es el camino que hace vibrar el corazón de tantos jóvenes cubanos: no una vía de evasión, de ganancias fáciles, sino de responsabilidad, de servicio al prójimo, de cuidado de la fragilidad. Un camino que trae fuerza de las raíces cristianas de aquel pueblo que ha sufrido tanto. Un camino en el cual he animado en modo particular a los sacerdotes y todos los consagrados, los estudiantes y las familias. Que el Espíritu Santo, con la intercesión de María Santísima, haga crecer las semillas que hemos sembrado.
De Cuba a los Estados Unidos de América: ha sido un pasaje emblemático, un puente que gracias a Dios se está reconstruyendo. Dios siempre quiere construir puentes; ¡somos nosotros quienes construimos muros! Y los muros caen siempre.
En los Estados Unidos ha realizado tres etapas: Washington, Nueva York y Filadelfia.
En Washington he encontrado las Autoridades políticas, la gente común, los Obispos, los sacerdotes y consagrados, los más pobres y marginados. He recordado que la más grande riqueza de aquel país y de su gente está en el patrimonio espiritual y ético. Y así, he querido animar a llevar hacia adelante la construcción social en la fidelidad a su principio fundamental, que todos los hombres son creados por Dios iguales y dotados de derechos inalienables, como la vida, la libertad y el perseguir la felicidad. Estos valores, compartidos por todos, encuentran en el Evangelio su pleno cumplimiento, como lo ha evidenciado la canonización del padre Junípero Serra, franciscano, gran evangelizador de la California. San Junípero muestra el camino de la alegría: ir y compartir con los otros el amor de Cristo. Este es el camino del cristiano, y también de cada hombre que ha conocido el amor: no tenerlo para sí mismo sino compartirlo con los otros. Sobre esta base religiosa y moral han nacido y crecido los hijos de los Estados Unidos de América, y sobre esta base pueden continuar a ser tierra de libertad y de acogida y cooperar a un mundo más justo y fraterno.
En Nueva York he podido visitar la Sede central de la ONU y saludar el personal que allí trabaja. He tenido coloquios con el Secretario General y los Presidentes de las últimas Asambleas Generales y del Consejo de Seguridad. Hablando a los representantes de las Naciones, en las huellas de mis predecesores, he renovado el ánimo de la Iglesia Católica a aquella Institución y a su rol en la promoción del desarrollo y de la paz, llamando en particular la necesidad del compromiso armonioso y activo para el cuidado de lo creado. He reafirmado también la llamada a detener y prevenir las violencias en contra de las minorías étnicas y religiosas y en contra de las poblaciones civiles.