La santa parresía de acompañarlos y hacerlos madurar hacia el compromiso del matrimonio. Un cristianismo que «se hace» poco en la realidad y «se explica» infinitamente en la formación está peligrosamente desproporcionado; diría que está en un verdadero y propio círculo vicioso. El pastor ha de mostrar que el «Evangelio de la familia» es verdaderamente «buena noticia» para un mundo en que la preocupación por uno mismo reina por encima de todo. No se trata de fantasía romántica: la tenacidad para formar una familia y sacarla adelante transforma el mundo y la historia. Son las familias las que transforman el mundo y la historia.
El pastor anuncia serena y apasionadamente la palabra de Dios, anima a los creyentes a aspirar a lo más alto. Hará que sus hermanos y hermanas sean capaces de escuchar y practicar las promesas de Dios, que amplían también la experiencia de la maternidad y de la paternidad en el horizonte de una nueva «familiaridad» con Dios (cf. Mc 3,31-35).
El pastor vela el sueño, la vida, el crecimiento de sus ovejas. Este «velar» no nace del discursear, sino del pastorear. Solo es capaz de velar. Solo es capaz de velar quien sabe estar «en medio de», quien no le tiene miedo a las preguntas, quien no le tiene miedo al contacto, al acompañamiento. El pastor vela en primer lugar con la oración, sosteniendo la fe de su pueblo, transmitiendo confianza en el Señor, en su presencia. El pastor siempre está en vela ayudando a levantar la mirada cuando aparece el desgano, la frustración y las caídas. Sería bueno preguntarnos si en nuestro ministerio pastoral sabemos «perder» el tiempo con las familias. ¿Sabemos estar con ellas, compartir sus dificultades y sus alegrías?
Naturalmente, el rasgo fundamental del estilo de vida del Obispo es en primer lugar vivir el espíritu de esta gozosa familiaridad con Dios y, en segundo lugar difundir la emocionante fecundidad evangélica, rezar y anunciar el Evangelio (cf. Hch 6,4).
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Siempre me llamó la atención y me golpeó, cuando al principio, primer tiempo de la Iglesia, los helenistas se fueron a quejar porque las viudas y los huérfanos no eran bien atendidos.
Claro, los apóstoles no daban abasto. Entonces descuidaban, se reunieron e inventaron los diáconos.
El Espíritu Santo les inspiró constituir diáconos y cuando Pedro anuncia la decisión, explica "Vamos a elegir a 7 hombres, así, así, para que se ocupen de este asunto y a nosotros nos tocan dos cosas: la oración y la predicación. ¿Cuál es el primer trabajo del obispo? Orar, rezar.
El segundo trabajo que va junto con ese predicar. Nos ayuda esta definición dogmática. Si me equivoco, Cardenal Muller eh. Nos ayuda porque define cuál es el rol del obispo. El obispo es constituido para pastorear, es pastor, pero pastorear primero con la oración y con el anuncio. Después viene todo lo demás si queda tiempo.
Nosotros mismos, por tanto, aceptando con humildad el aprendizaje cristiano de las virtudes domésticas del Pueblo de Dios, nos asemejaremos cada vez más a los padres y a las madres –como hace Pablo en la primera de los Tesaloniceneses, capítulo 2 (cf. 1 Ts 2,7-11)–, procurando no acabar como personas que simplemente han aprendido a vivir sin familia. Alejarnos de la familia nos va llevando a ser personas que aprendimos a vivir sin familia, que feo, muy feo. Nuestro ideal, en efecto, no es la carencia de afectos. El buen pastor renuncia a unos afectos familiares propios para dedicar todas sus fuerzas, y la gracia de su llamada especial, a la bendición evangélica de los afectos del hombre y la mujer, que encarnan el designio de Dios, empezando por aquellos que están perdidos, abandonados, heridos, devastados, desalentados y privados de su dignidad. Esta entrega total al ágape de Dios no es una vocación ajena a la ternura y al amor. Basta con mirar a Jesús para entenderlo (cf. Mt 19,12). La misión del buen pastor al estilo de Dios –solo Dios lo puede autorizar, no la propia presunción– imita en todo y para todo el estilo afectivo del Hijo con el Padre, reflejado en la ternura de su entrega: en favor, y por amor, de los hombres y mujeres de la familia humana.
En la óptica de la fe, este es un argumento muy válido. Nuestro ministerio necesita desarrollar la alianza de la Iglesia y la familia. Lo subrayo: Desarrollar la alianza de la Iglesia y la familia. De lo contrario, se marchita, y la familia humana, por nuestra culpa, se alejará irremediablemente de la alegre noticia evangélica de Dios e irá al supermercado de moda a comprar el producto que en ese momento más le guste.