ROMA,
A finales de los años 70, San Juan Pablo II acababa de ser electo y su primera salida del Vaticano la hizo con un sombrero negro y vestido como un sacerdote cualquiera. Solo lo acompañó su secretario. Sin embargo, las "escapadas" más famosas fueron las que hacía hacia las montañas para caminar o para rezar solo en medio de la naturaleza.
Los primeros veranos en Castel Gandolfo, el Papa Wojtyla estudiaba y recibía a sus amigos e intelectuales de Polonia para irse con ellos a las montañas vecinas. Muchos de la zona sabían que el Pontífice salía en un auto sentado en el asiento de atrás leyendo el periódico para cubrirse el rostro.
A veces, luego de que la imagen del Papa se hiciera familiar para todos los lugareños, algún niño lo reconocía en la pista de ski, pero él, vestido de negro y con los implementos de ese deporte, decía que no era el Papa, acariciaba al pequeño y seguía su descenso.
En otras ocasiones se escapaba al mar, a Santa Severa, a la casa de los frailes franciscanos polacos. Nadie se debe cuenta y nadie lo sabía excepto sus anfitriones.
Así, en los montes Abruzzos cerca a Castel Gandolfo muchos conservan celosamente el recuerdo de los "viajes del Papa" llenos de oraciones y paseos. Tanto así que en la capilla de San Pietro della Genga se custodia algunas reliquias del Santo Pontífice.
También del Papa San Juan XXIII se cuenta que salía a escondidas del Vaticano y que se iba a encontrar con algunos amigos que vivía fuera de sus muros. Amaba el contacto con la gente y salía a pasear en los jardines vaticanos sin avisar, acercándose a los jardineros y operarios para intercambiar algunas palabras y entender mejor cómo era realmente la "vida vaticana".