Cada 25 de agosto se recuerda a San Luis de Francia (1214-1270), el rey Luis IX, conocido también como Ludovico, quien se distinguió por su espíritu de penitencia y oración, y por su generosidad con los pobres y los débiles.
San Luis fue un gobernante sabio, justo y prudente. Entre sus aciertos está el haber eliminado las ordalías -institución que pretendía administrar justicia, pero sobre la base de supercherías- y promovido el principio de presunción de inocencia en los juicios.
El rey niño
Luis nació en Poissy, cerca de París, el 25 de abril en el año 1214; hijo de Luis VIII y de Blanca de Castilla. Vivió en tiempos en los que Francia jugaba un papel importantísimo para la cristiandad europea, amenazada por el afán expansionista de los pueblos árabes y que pugnaba por fortalecer su identidad y cultura. Su Francia fue, también, la de uno de esos momentos privilegiados en los que el espíritu humano alcanza las cúspides de la grandeza: Luis fue contemporáneo de Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura, ambos destinados a ser profesores en París, donde se encontraba la universidad más famosa de aquel entonces.
Coronado en 1226 con apenas 12 años, no gobernó efectivamente hasta alcanzada la adultez. Mientras tanto el reino quedó bajo la regencia de la madre de Luis, doña Blanca de Castilla. Años más tarde, en 1235, Luis contrajo nupcias con Margarita de Provenza, con quien tuvo once hijos. Luis fue siempre un esposo y padre ejemplar.
Su corazón ardía de amor por la Iglesia y en sus decisiones siempre estaba el deseo de protegerla y extenderla. Fue así que durante su reinado apoyó la construcción de monasterios y el fortalecimiento de las órdenes religiosas.