Santa Elena (Helena), emperatriz romana, fue la madre de Constantino I, el emperador que detuvo la persecución a los cristianos y les concedió la libertad de culto dentro de las fronteras del imperio. A Santa Elena se le atribuye el hallazgo, en Jerusalén, de la Santa Cruz en la que Cristo murió.
Santa Elena también es conocida como ‘Helena de Constantinopla’ o ‘Santa Elena de la Cruz’. A ella recurren los fieles cristianos cuando algo o alguien se ha extraviado, para que con su ayuda lo perdido sea encontrado.
Rechazada por su esposo, encontró al Dios verdadero
Elena nació alrededor del año 246, en Bitinia, antigua provincia del Imperio Romano ubicada al noroeste de Asia Menor, al suroeste del mar Negro (actual Turquía). Aunque su origen fue humilde -se dice que fue hija de un sirviente-, estuvo casada con Constancio Cloro, quien se convertiría en emperador con el nombre de Constancio I. Ambos fueron los padres de Constantino I el Grande.
En tiempos del emperador Maximiano, Constancio Cloro ya era reconocido como un militar destacado. Cuando el emperador se percató de su capacidad, lo invitó a ser su colaborador más cercano, pero con una condición: que repudiara a su esposa, Elena, y se casara con su hija. Dejándose llevar por la ambición, Constancio repudió a Elena.
La santa sufriría, como consecuencia, un humillante abandono durante 14 años. Sin embargo, en medio de la soledad, conoció a Dios y se convirtió al cristianismo, muy probablemente por influencia de su hijo, futuro emperador, quien abrazó el cristianismo antes que ella.