Cada 10 de agosto la Iglesia celebra a San Lorenzo de Roma, mártir, patrono de los diáconos, inmortalizado por la forma en la que se ejecutó su martirio -uno de los más antiguos que están documentados-: fue colocado, vivo, sobre una parrilla incandescente.
San Lorenzo, además de ser patrono de los archiveros (o archivistas) lo es de los tesoreros, patronazgos que ostenta en virtud de su servicio diaconal. En el siglo V a los diáconos les era encomendada la tarea del registro y cuidado de los bienes de la Iglesia de Roma, así como la administración de los recursos para ayudar a los pobres.
San Agustín (354-430) destacó su labor como diácono en uno de sus sermones: “La Iglesia de Roma nos invita hoy a celebrar el triunfo de San Lorenzo, que superó las amenazas y seducciones del mundo, venciendo así la persecución diabólica. Él, como ya se os ha explicado más de una vez, era diácono de aquella Iglesia. En ella administró la sangre sagrada de Cristo, en ella, también, derramó su propia sangre por el nombre de Cristo”. Con estas palabras, San Agustín coloca a San Lorenzo como ejemplo de entrega total al Señor, al punto de imitarlo entregando la propia sangre.
El Papa San Sixto II, mártir
San Lorenzo nació en Huesca, Hispania (España), alrededor del año 225. Fue uno de los siete diáconos “regionarios” de Roma, es decir, tenía a su cargo una de las “regiones” o “cuarteles” de la ciudad. Los diáconos tenían la tarea de asistir al Papa, obispo de Roma, en el cuidado pastoral de los fieles.
Lorenzo, gracias a su servicio, gozó de la cercanía del Papa de aquel entonces, San Sixto II, quien moriría también martirizado. De acuerdo a la tradición, el Papa Sixto II fue ejecutado tres días antes que Lorenzo por manos de los soldados del emperador.