Rápido y ligero para asestar los golpes
El santo párroco vivía muy desprendido de las cosas materiales, a las que trató con la libertad de los hijos de Dios: fue tan desapegado a todo que alguna vez llegó a regalar ¡su propia cama! (así fue como adquirió la costumbre de dormir en el suelo de su habitación).
Llevó también una vida ascética: practicaba habitualmente el ayuno y cuando no, le bastaba comer algo muy sencillo. Solía decir que “el demonio no le teme tanto a la disciplina y a las camisas de piel, como a la reducción de la comida, la bebida y el sueño".
Sin bajar la guardia jamás
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Son bastante conocidos los episodios en los que el demonio trató de amedrentarlo o distraerlo sin éxito: en una oportunidad hizo temblar su casa hasta por 15 minutos para que deje de orar; en otra ocasión quiso que abandonara la misa que estaba celebrando ocasionando un incendio en su habitación. El santo manejó con ejemplar serenidad ambos momentos: no detuvo su oración y no se movió del altar respectivamente. El día del incendio se limitó a pedirle a uno de los monaguillos que vaya y apague el fuego, mientras acababa de celebrar.
Ciertamente, también hubo noches terribles en las que el demonio no dejaba de perturbarlo con fuertes ruidos que no le dejaban dormir, mientras se burlaba de él sugiriendo que abandonara el ayuno: “Ya es suficiente” era el grito que atormentaba su mente. Con todo, el Cura de Ars se mantuvo firme y fiel. Después de haber luchado tenazmente contra el Príncipe de las Tinieblas, con el corazón seguro, como arrullado en brazos de María, el Santo Cura se quedaba dormido como si fuese un niño.
Sólo la caridad transforma el mundo
A San Juan María Vianney también le tocó vivir tiempos convulsionados, como los posteriores a la Revolución francesa. Uno de los tristes saldos de este proceso político fue el ambiente de incredulidad y falta de esperanza entre la gente. Muchos se apartaron de la fe y el número de quienes no querían saber más de Dios iba en aumento.
El Cura de Ars se propuso entonces atender esta gran necesidad dedicándole más esfuerzo a la preparación de sus sermones. El santo pasaba noches enteras en la sacristía componiendo y memorizando lo que iba a decir, consciente de la fragilidad de su memoria, poniendo todo el empeño posible para predicar bien, hacerse entender y transmitir el Evangelio a cabalidad.
Como el párroco era muy sensible a las necesidades de su grey, se ocupaba con amabilidad de la instrucción de los niños en el catecismo, e intentó combatir las malas costumbres que apartaban al pueblo de la Iglesia, especialmente las referidas al precepto dominical. Luchó para que los trabajadores de Ars no fueran obligados a trabajar los fines de semana, así como para que las tabernas permanezcan cerradas el domingo y la gente pueda ir a misa.