Camilo de Lelis nació en Bucchianico (Chieti, Italia) en 1550. Quedó prontamente huérfano de madre. Su padre tampoco le duraría mucho, pues siendo militar y mercenario, murió pocos años después.
Camilo, siguiendo el ejemplo paterno, se integró al ejército veneciano que luchó contra los turcos. Estando en campaña contrajo una enfermedad que afectó una de sus piernas, mal que lo aquejaría el resto de su vida. Dicha dolencia le produciría abscesos en el pie que reaparecían una y otra vez.
Tras verse imposibilitado, fue ingresado al hospital de San Giacomo de Roma, donde años más tarde colaboraría en calidad de criado. Lamentablemente, aquella experiencia no terminó muy bien, pues pasados unos meses fue despedido a causa de su espíritu indómito. Así, con el fracaso sobre los hombros, Camilo retornaría a las filas del ejército veneciano para enfrentar nuevamente a los turcos.
Eso tampoco duró mucho tiempo. Camilo se retiró de la vida militar, encontrando refugio en el juego. Los juegos de azar se convirtieron en su mayor debilidad y en vicio incontrolable. Cierta vez llegó a perderlo todo en una partida de cartas, incluso hasta la camisa que llevaba puesta. Luego, sumergido en la miseria, consiguió trabajo en la construcción de un convento capuchino en Manfredonia.
Su nueva labor se volvió el medio perfecto para que el Señor toque su corazón. Camilo empezó a escuchar las prédicas en el templo y a asistir a la liturgia. Poco a poco su interior fue abriéndose a la gracia, hasta que llegó el día en que admitiría que era esclavo de sus pecados. Así también pudo conocer la misericordia de Dios.
Reconoció de corazón que había vivido muy mal, y que, a pesar de ello, Jesús le daba una oportunidad que no había previsto: vivir plenamente, sirviéndolo a Él y a los demás.