Nos preocupa justamente el cambio climático, pero no podemos olvidar la especulación financiera: un ejemplo son los precios del trigo, el arroz, el maíz, la soja, que oscilan en las bolsas, a veces vinculados a fondos de renta y, por tanto, cuanto mayor sea su precio más gana el fondo.
También aquí, tratemos de seguir otro camino, convenciéndonos de que los productos de la tierra tienen un valor que podemos decir "sacro", ya que son el fruto del trabajo cotidiano de personas, familias, comunidades de agricultores. Un trabajo a menudo dominado por incertidumbres, preocupaciones por las condiciones climáticas, ansiedades por la posible destrucción de la cosecha.
En la finalidad de la FAO, el desarrollo agrícola incluye el trabajo de la tierra, la pesca, la ganadería, los bosques. Es preciso que este desarrollo esté en el centro de la actividad económica, distinguiendo bien las diferentes necesidades de los agricultores, ganaderos, pescadores y quienes trabajan en los bosques. El primado del desarrollo agrícola: he aquí el segundo objetivo.
Para los objetivos de la FAO, esto significa apoyar una resilience efectiva, reforzando de modo específico la capacidad de las poblaciones para hacer frente a las crisis –naturales o provocadas por la acción humana– y prestando atención a las diferentes exigencias. Así será posible perseguir un nivel de vida digno.
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3. En este compromiso quedan otros puntos críticos. En primer lugar, parece difícil aceptar una resignación genérica, el desinterés y hasta la ausencia de tantos, incluso los Estados. A veces se tiene la sensación de que el hambre es un tema impopular, un problema insoluble, que no encuentra soluciones dentro de un mandato legislativo o presidencial y, por tanto, no garantiza consensos.
Las razones que llevan a limitar aportes de ideas, tecnología, expertise y financiación residen en la falta de voluntad para asumir compromisos vinculantes, ya que nos escudamos tras la cuestión de la crisis económica mundial y la idea de que en todos los países hay hambre: "Si hay hambrientos en mi territorio, ¿cómo puedo pensar en destinar fondos para la cooperación internacional?". Pero así se olvida que, si en un país la pobreza es un problema social al que pueden darse soluciones, en otros contextos es un problema estructural y no bastan sólo las políticas sociales para afrontarla.
Esta actitud puede cambiar si reponemos en el corazón de las relaciones internacionales la solidaridad, trasponiéndola del vocabulario a las opciones de la política: la política del otro. Si todos los Estados miembros trabajan por el otro, los consensos para la acción de la FAO no tardarán en llegar y, más aún, se redescubrirá su función originaria, ese "fiat panis" que figura en su emblema.
Pienso también en la educación de las personas para una correcta dieta alimenticia.
En mis encuentros cotidianos con Obispos de tantas partes del mundo, con personajes políticos, responsables económicos, académicos, percibo cada vez más que hoy también la educación nutricional tiene diferentes variantes. Sabemos que en Occidente el problema es el alto consumo y los residuos.
En el Sur, sin embargo, para asegurar el alimento, es necesario fomentar la producción local que, en muchos países con "hambre crónica", es sustituida por remesas provenientes del exterior y tal vez inicialmente a través de ayudas. Pero las ayudas de emergencia no bastan, y no siempre llegan a las manos adecuadas. Así se crea dependencia de los grandes productores y, si el país carece de los medios económicos necesarios, entonces la población termina por no alimentarse y el hambre crece.