VATICANO,
El Papa Francisco dedicó la catequesis de la Audiencia General de este miércoles a meditar sobre la familia y la enfermedad. Atender y cuidar de un familiar enfermo, dijo, es en muchas ocasiones una oportunidad para el heroísmo.
A continuación y gracias a Radio Vaticano, el texto completo de la catequesis:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Seguimos con las catequesis sobre la familia, y en esta catequesis me gustaría tocar un aspecto muy común en la vida de nuestras familias, el de la enfermedad. Es una experiencia de nuestra fragilidad, que vivimos principalmente en la familia, desde niños, y luego sobre todo como ancianos, cuando llegan los "achaques". En el ámbito de los lazos familiares, la enfermedad de las personas que amamos se padece con mayor sufrimiento y angustia. Es el amor que nos hace sentir esto. Muchas veces para un padre y una madre, es más difícil soportar el dolor de un hijo, de una hija, que el suyo propio. La familia, podemos decir, siempre ha sido el "hospital" más cercano. Aún hoy, en muchas partes del mundo, el hospital es un privilegio para pocos, y con frecuencia se encuentra lejos. Son la mamá, el papá, los hermanos, las hermanas, las abuelas, quienes garantizan los cuidados y ayudan a sanar.
En los Evangelios, muchas páginas hablan de los encuentros de Jesús con los enfermos y su compromiso de sanarlos. Él se presenta públicamente como uno que lucha contra la enfermedad y que ha venido para curar al hombre de todo mal: el mal del espíritu y el mal del cuerpo. Es verdaderamente conmovedora la escena evangélica apenas indicada en el Evangelio de Marcos. Dice así: «Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados» (1,32). Si pienso en las grandes ciudades contemporáneas, me pregunto dónde están las puertas ante las cuales llevar a los enfermos esperando que sean sanados. Jesús nunca huyó de sus cuidados. Nunca pasó de largo, nunca volvió la cara hacia otro lado. Y cuando un padre o una madre, o incluso gente amiga lo llevaban delante de un enfermo para que lo tocase y lo sanase, no dejaba de hacerlo; la sanación estaba antes que la ley, también de aquella tan sagrada como la del descanso del sábado (Mc 3,1-6). Los doctores de la ley reprendían a Jesús porque Él sanaba el sábado, hacia el bien el sábado. Pero el amor de Jesús era dar la salud, hacer el bien: ¡y esto está siempre en primer lugar!
Jesús envía a sus discípulos a cumplir su propia obra y les dona el poder de sanar, es decir, de acercarse a los enfermos y cuidarlos hasta el fondo (cfr. Mt 10,1). Hay que tener en cuenta lo que Jesús dijo a sus discípulos en el episodio del ciego de nacimiento (Jn 9,1-5). Los discípulos - ¡con el ciego ahí adelante! - discutían sobre quién había pecado porque había nacido ciego, si él o sus padres, para causar su ceguera. El Señor dijo claramente, ni él, ni sus padres; es así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Y lo sanó. ¡Esa es la gloria de Dios! ¡Esa es la tarea de la Iglesia! Ayudar a los enfermos, no perderse en habladurías, ayudar siempre, consolar, aliviar, estar cerca de los enfermos; ésta es la tarea.