21 de noviembre de 2024 Donar
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Hoy es la fiesta de San Marcelino Champagnat, fundador de los maristas

null/ San Marcelino Champagnat, 6 de junio / ACI Prensa

Cada 6 de junio, la Iglesia Católica celebra a San Marcelino Champagnat, sacerdote francés fundador de la Congregación de los Hermanos Maristas. A San Marcelino le tocó vivir tiempos en los que su Francia natal pasaba por una profunda crisis social y política.

El santo lideró la que sería la respuesta de la Iglesia a esas circunstancias: un movimiento religioso centrado en el acceso a la educación, especialmente dedicado a la formación de niños y jóvenes.

La educación, regalo del Cielo

Marcelino José Benito Champagnat Chirat nació el 20 de mayo de 1789 en Marlhes (Francia), en el seno de una humilde familia que habría de sufrir las consecuencias del anticlericalismo y del odio a la fe que acompañó a la Revolución Francesa.

Su madre lo consagró de pequeño a la Virgen María, y una de sus tías, que le era muy cercana, fue la que le enseñó las primeras letras. Esa tía fue quien introdujo al pequeño Marcelino en el conocimiento de la vida de los santos.

Lamentablemente, el entonces más joven de los Champagnat no pudo llegar más lejos en su formación escolar, pues su familia no tenía cómo costearla. Marcelino crecería sin asistir a la escuela, pero como sabía leer, se hizo aficionado a las lecturas piadosas que podía encontrar en casa o donde alguno de sus familiares. Con estas aprendió mucho, principalmente sobre el amor a Dios y a la Iglesia.

Al mismo tiempo, como todos los chicos del pueblo, aprendió un oficio -se hizo albañil- y descubrió cierto talento natural para los negocios. Por un tiempo, Marcelino se dedicaría a la venta de corderos, actividad que le permitió ahorrar el dinero necesario para pagar sus estudios en el futuro.

Apenas llegó a la edad necesaria, el santo se presentó al seminario menor de su pueblo. Los formadores lo admitieron y lo ayudaron a adaptarse al nuevo ambiente. Sin embargo, no le fue muy bien y empezó a mostrar dificultad para aprender las materias, a tal punto que casi fue echado del lugar.

Afortunadamente su buena conducta y el apoyo de sus amigos le permitieron continuar. Entre sus compañeros estaba nada menos que otro gran santo, el futuro Cura de Ars, San Juan María Vianney. Juan María, igual que Marcelino, tampoco destacaba en los estudios, aunque sí en piedad y fervor.

En la “escuela” de María

San Marcelino fue ordenado sacerdote en 1816. Casi de inmediato, sería enviado como vicario de un sacerdote anciano, a uno de esos pueblos apartados en los que la vida gira en torno a fiestas y borracheras. El santo, sin que eso le importe mucho, animó a todos a acercarse de nuevo a Dios, especialmente a los jóvenes.

El P. Marcelino se propuso que los muchachos del pueblo llegaran a la iglesia antes de las seis de la mañana para recibir la catequesis, y lo logró -algo que bien pudo ser considerado “su primer milagro”-.

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El vicario adquirió la costumbre de visitar el Santuario Mariano de la Fourviere. Cuenta la historia que en una de sus visitas, en medio de su oración, recibió la inspiración de fundar una congregación religiosa dedicada a enseñar el catecismo y formar a los más jóvenes.

Por aquellos días, Marcelino había estado acompañando a un joven enfermo de muerte que carecía de toda preparación en la fe. Ciertamente pudo ayudarlo a morir en paz, pero el hecho le dejó un terrible sinsabor.

De cara al Señor, en oración, decidió juntar a algunos de sus compañeros y comenzar una obra apostólica. Entusiasmado, llegó a la convicción de que esa obra debía ser educativa: muchos jóvenes necesitaban una oportunidad para educarse, y conocer más y mejor a Dios.

“Todo en honor de Jesús, pero por medio de María…”

La fundación de la Congregación de los Hermanos Maristas se produjo el 2 de enero de 1817. La nueva comunidad, consagrada como “Compañía de María”, dio inicio a las labores escolares. Previamente, sus miembros, conocidos como “los hermanos maristas”, habían recibido de su fundador la instrucción adecuada para tan elevada misión.

El P. Marcelino envió a sus hijos espirituales a las parroquias cercanas en calidad de maestros de religión o catequistas. Con el correr del tiempo llegarían nuevos aspirantes a formar parte de la Congregación. De esta manera, ya con un número suficiente de “religiosos-educadores“ aparecieron las primeras “escuelas maristas”.

El método empleado por los maristas en las aulas estaba marcado por el ejercicio de la caridad, la práctica del canto y la participación activa de los alumnos. Todo trato humillante estaba rotundamente prohibido, así como los castigos físicos. El P. Marcelino, además, tenía la convicción de que toda pedagogía debía centrarse en el amor a María: “Todo en honor de Jesús, pero por medio de María. Todo por María, para llegar hacia Jesús”.

“Nuestra comunidad -solía recordar a sus religiosos- pertenece por completo a Nuestra Señora, la Madre de Dios. Nuestras actividades deben estar dirigidas a hacerla amar, estimar y glorificar. Inculquemos su devoción a nuestros jóvenes, y así los llevaremos más fácilmente hacia Jesucristo”.

La educación para San Marcelino Champagnat no se limita a la trasmisión de conocimientos, o a potenciar sólo la dimensión intelectual. Sin búsqueda de Dios, sin verdad que ilumine el espíritu y sin caridad el alma del joven queda cercenada. Educar es formar a la persona.

Formación para la santidad

San Marcelino Champagnat partió a la Casa del Padre el 6 de junio de 1840 con tan sólo 51 años de edad. Lo que parecía una gastritis aguda, había sido en realidad un cáncer de estómago. Con todo, su obra educativa y espiritual mantendría el impulso fundacional que él le dio, gracias a la persistencia y cariño de sus hermanos de la Congregación. Como prueba de ello se produjo una expansión de la Orden en muchos países.

El fundador de los maristas fue canonizado en 1999 por San Juan Pablo II. En la homilía de la Misa de canonización el Santo Padre afirmó: “San Marcelino anunció el Evangelio con un corazón ardiente. Mostró sensibilidad a las necesidades espirituales y educativas de su época, especialmente a la ignorancia religiosa y al abandono que experimentaba particularmente la juventud”.

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