Hace una década (año 2013), el Papa Francisco, dirigiéndose a un grupo de niños que se preparaba para la Primera Comunión, ensayó una sencilla pero hermosa explicación de qué es la Santísima Trinidad. El Papa dijo: “El Padre crea el mundo, Jesús nos salva, ¿y el Espíritu Santo qué hace? Nos ama, nos da el amor”. Con esta breve fórmula, Francisco, echaba luces sobre el misterio más grande de nuestra fe, no sólo a aquellos niños de entonces, sino sobre todos los fieles.
A lo largo de la historia, el conocimiento de la Trinidad ha ocupado a santos, teólogos y, por supuesto, a todo aquel que con amor ha querido conocer mejor su fe. Todo ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, anhela ese conocimiento desde lo más profundo, muchas veces, sin tener conciencia plena. Y es que no podría ser de otra manera, puesto que Dios nos ha creado para conocerlo y amarlo, y para estar siempre con Él -en Dios está la plenitud que buscamos-.
Por eso también es necesario reconocer que somos creaturas y, por lo tanto, seres limitados. Frente a Dios, (entiéndase) en presencia de lo sagrado, siempre habrá cosas que no podremos explicar, cosas que no podremos entender, preguntas que saltarán una y otra vez sin que encuentren respuesta definitiva. Es natural que sobrevenga cierto desconcierto, incluso un desánimo inicial, pero que habrán de ser superados, en grado sumo, al contemplar, en oración amorosa, el misterio de la Trinidad. No olvidemos que Dios es eso precisamente: un “misterio”. Ya lo advertía Santa Juana de Arco: “Dios es tan grande que supera nuestra ciencia”. Y aún así, por amor, se ha revelado.
Humildad para contemplar el misterio
Un relato ampliamente difundido en la Edad Media y que llega hasta nosotros da cuenta de San Agustín de Hipona, Obispo de Tagaste, caminando cerca de la orilla del mar mientras meditaba sobre la Trinidad. De pronto, se percata de que un niño, cubeta en mano, estaba tratando de llenar con agua de mar un hoyo que había hecho en la arena.
Agustín se acerca y le pregunta por qué lo hace, a lo que el pequeño responde: “Quiero vaciar toda el agua del mar en el agujero”. “Eso es imposible”, replicó el santo. De inmediato, el niño lo mira y le dice: “Si esto es imposible, lo es mucho más tratar de descifrar el misterio de la Santísima Trinidad”.