El trabajo de Dios nunca ha sido sencillo, y así lo experimentó Catalina. Lo crucial fue la manera como ella buscó constantemente refugio en la oración -que la nutría y fortalecía-.
Protectora del Papa
Muchos otros retos tuvo que enfrentar Santa Catalina en su vida. Poseedora del don de reconciliar incluso a los peores enemigos -sea a fuerza de persuasión, sea a fuerza de oración, o de la combinación de ambas-, fue capaz de reconocer antes que nada la dignidad de quien tenía enfrente y tocar su corazón. Por eso, Dios le encomendó una tarea que la convertiría en una de las mujeres más célebres de la historia.
Esa misión se desarrolló durante el denominado ‘periodo de los Papas de Avignon’ (Francia), entre 1309 y 1377. Su virtud y santidad la llevaron a convertirse en protectora de la Sede de Pedro. Aquellos fueron tiempos en los que los Pontífices renuncian a gobernar desde Roma por miedo a presiones externas. Y fue en esas circunstancias donde Catalina, respetada por vida ejemplar, devolvió orden a la Iglesia: allí cuando el Papa titubeaba por miedo a las conspiraciones políticas o a los juegos de poder, la voz de la santa se alzaba siempre para “encenderlo todo”. Así, Santa Catalina trabajó incansablemente por años y años, procurando la unidad de la Iglesia en momentos en los que la posibilidad de un nuevo cisma asolaba al Cuerpo Místico de Cristo.
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Avignon y la amenaza de un nuevo cisma
El Papa Gregorio XI hizo una promesa en secreto a Dios de que abandonaría Avignon y regresaría a Roma. Sin embargo, las dudas y temores enfriaron su corazón. Al recurrir a Catalina en busca de consejo, recibió de ella una dura llamada de atención, en el instante mismo en que lo vio: “Cumpla con su promesa hecha a Dios”, le reprochó la santa. El Papa quedó completamente sorprendido, porque no le había dicho nada a nadie sobre lo que pensaba hacer.
Gracias a Dios, el Santo Padre, asistido por la fuerza arrolladora de Catalina, llegó a cumplir su promesa y volvió a la Ciudad Eterna.
Posteriormente, a la muerte de Gregorio XI, sería elegido Papa Urbano VI (1378-1389). De repente, los cardenales más prestigiosos se distanciaron de él y declararon nula su elección, y forzaron un nuevo proceso en el que fue elegido otro pontífice, el Papa Clemente VII, en calidad de reemplazo. El procedimiento para elegirlo estuvo lleno de vicios y atropellos, de manera que las cosas tomaron un curso imprevisto, mucho más grave. Clemente VII, para alejarse de la curia romana, decidió residir en Avignon, consumándose el periodo conocido como el ‘Cisma de Occidente’. Santa Catalina envió cartas a los cardenales expresando su rechazo a la manera como habían procedido y los llamó al orden, para que reconocieran al auténtico Pontífice, Urbano VI.
La santa también escribió a Urbano VI exhortándolo a llevar con temple y gozo las dificultades inherentes al gobierno de la Iglesia. Luego visitaría Roma, a pedido del Papa, quien siguió cada una de sus instrucciones. La santa envió misivas a los reyes de Francia y Hungría para que dejaran de conspirar y apoyar el cisma. Catalina sin proponérselo se había convertido en la gran defensora del papado.
Legado para el mundo de hoy: mística y espiritualidad