Cada 14 de julio la Iglesia Católica celebra a San Francisco Solano, misionero franciscano llegado de España a América en tiempos virreinales.
San Francisco Solano consagró su vida a la evangelización de los pueblos originarios del Nuevo Continente y al acompañamiento espiritual de quienes llegaron, como él, con el deseo de compartir la Buena Noticia del Evangelio.
Se dice que poseía una gran voz, un alma musical y gran elocuencia. También se destaca su habilidad para aprender las lenguas de los pueblos indígenas -se habla de un auténtico don de lenguas- y que hizo muchas curaciones milagrosas.
Alma misionera
Francisco Sánchez Solano Jiménez -por su nombre de pila- vivió entre los siglos XVI y XVII. Nació en 1549 en Montilla, Andalucía (España), en un hogar cristiano. Su primera formación académica la hizo con los jesuitas, pero ingresó en la Orden Franciscana. Al joven Francisco le atraía el espíritu de pobreza instaurado por el Santo de Asís.
En 1570 hizo su profesión religiosa. Al poco tiempo fue enviado al convento sevillano de Nuestra Señora de Loreto, donde estudió Filosofía y Teología, y tuvo la posibilidad de desarrollar sus cualidades para la música y el canto. Francisco sabía tocar el rabel -instrumento de cuerda frotada considerado antecesor del violín-, así como la guitarra. Fue ordenado sacerdote en 1576.