San Vicente Ferrer tuvo una participación importante en la recuperación de la unidad de la Iglesia, tras el problema suscitado por el papado de Avignon (Francia). Vió, de joven cómo la sede del gobierno de la Iglesia regresaba a Roma después de más de 70 años, pero también fue testigo de las trifulcas que se produjeron tras la elección de Urbano VI que reavivó la tensión entre Avignon y Roma y que desencadenó el llamado Cisma de Occidente; es decir, que la Iglesia tenga dos y hasta tres cabezas simultáneamente. Fue el periodo de los antipapas. A pesar de haber apoyado inicialmente al Papa de Avignon, Clemente VII, comenzó a ver con recelo a la curia francesa e intercedió para que el rey Fernando de Aragón no reconociese más a la sede de Avignon y trabajé por la unidad de la Iglesia. En medio de todo este largo y complejo proceso, que el santo acusaba de tremendamente doloroso para su alma, Vicente intentó cuanto pudo para mantenerse al margen y vivir de lleno como un dominico más, sin embargo su prestigio moral lo obligó a intervenir. Providencialmente, sus esfuerzos encaminaron a la corona a que coopere con la unidad, logrando que esta retire su apoyo a la sede francesa y favoreciendo después la elección del Papa Martin V en 1417, con lo que el cisma se dio por concluído.
Trabajando por la unidad
San Vicente Ferrer combatió con empeño la división de la Iglesia. Lo hizo, es cierto, poniendo a disposición de Dios sus buenos oficios, dado que era un hombre influyente, pero principalmente lo hizo a través de la predicación. La noche del 3 de octubre de 1394, Vicente tuvo una visión en la que se le apareció Nuestro Señor Jesucristo, al lado de San Francisco y Santo Domingo de Guzmán. El Señor le pidió que salga a predicar por las ciudades, pueblos y el campo. Eran días en los que el santo sufría de unas fiebres que le causaron mucho dolor y que le hicieron pensar que se moría. Al día siguiente, Vicente estaba recuperado y decidido a emprender el gran periplo evangelizador de su vida. Serían en total 30 años los que andaría por la Europa occidental a pie, el norte de España, el sur de Francia, el norte de Italia y Suiza, predicando incansablemente, con enormes frutos espirituales. Entre los muchos convertidos abundaron los judíos y moros -se dice que un total de 10 mil solo en España-.
Por otro lado, sabemos que la Iglesia se fortalece por sus santos; ella crece si se vuelca en la caridad, en el servicio a los necesitados. En ese sentido, cabe mencionar una de las obras más interesantes del insigne predicador: la creación del orfanato de Valencia. A San Vicente Ferrer se le atribuye la fundación del primer orfanato de la historia en el año 1410, institución que sigue funcionando hasta hoy.
Siempre en las postrimerías
Este gran predicador es personaje conocido en la historia de las letras debido a su prolijidad en la redacción de sermones. Durante los años de peregrinaje apostólico siempre se dio tiempo para preparar sus homilías y enfocarlas en la reforma de la conducta moral. Su celo por las almas, alimentado por su trato cercano con Cristo, lo llevaron a convertirse en una suerte de predicador del fin del mundo; de hecho, muchos lo llamaban 'el ángel del fin del mundo'. Y en esa prédica poderosa sobre la muerte, el infierno y la gloria, en la que llamaba a la conversión, Vicente Ferrer sorprendía con un don extraordinario: quienes lo escucharon durante sus viajes lo hicieron en su propia lengua, a pesar de que el buen dominico solo hablaba su natal 'valenciano'. Los numerosísimos testimonios que se recogieron para su causa dan fe de ello.