23 de noviembre de 2024 Donar
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Los dones de la belleza y la maternidad en las mujeres consagradas

Imagen referencial. Foto: Flickr Alex Proimos (CC-BY-NC-2.0)

La sección "Mujeres" del Pontificio Consejo para los Laicos (PCL), dirigido por Ana Cristina Villa Betancourt, publica este mes un artículo donde explican que la consagración a Dios de la mujer no está reñida con la feminidad sino que más bien la enriquece.

El artículo, titulado "Feminidad y consagración" y firmado por la española Marta Rodríguez, consagrada y directora del Instituto Superior de Estudios sobre la mujer en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma, invita a profundizar en la "íntima conexión" entre ambas realidades.

"Una mujer que vive a fondo la propia feminidad sabe que no puede renunciar al deseo de vivir para la mirada de alguien, al deseo de ser bella, y orienta este deseo natural suyo para atraer la mirada de Dios, única mirada que le revela quien es y al mismo tiempo la hace hermosa", señala Rodríguez.

Para la experta, este tipo de mujer "reconoce, acoge y eleva sus instintos y tendencias renovando, ante la belleza y atracción natural hacia las creaturas, su opción radical por la Belleza misma, descubriendo en ella íconos que le hablan del Amor por el que vive. Y aún más: abraza al mismo tiempo toda la belleza y el sufrimiento del mundo y, acogiéndolos, los eleva y consagra a Dios en su corazón, en un íntimo y continuo gesto sacerdotal".

En este sentido, la autora explica que una mujer que sabe que está hecha para ser esposa y madre, descubre en la castidad consagrada un modo misterioso pero real de desarrollar cada potencialidad afectivo suya, cada recurso de su ser mujer.

"Sabe que la mujer es el corazón de la familia y por eso busca ante todo hacer de su corazón mismo una casa donde el Señor encuentre consuelo y alivio, y hace familia en todo ambiente en que se mueve. Así, mientras más vive su identidad de mujer, más rica se vuelve su consagración. Y mientras más a fondo vive su consagración, más desarrolla su feminidad", remarca.

Para Rodríguez, la mujer consagrada tiene mucho que decir a las mujeres de hoy en una cultura que considera el cuerpo como un objeto: "la mujer consagrada recuerda la preciosa dignidad del cuerpo, y que no se trata de ser libres 'del' cuerpo, sino libres 'en el' propio cuerpo, aceptado y acogido así como es".

"En una mentalidad que ha hecho del hijo un objeto de satisfacción de los propios deseos, la maternidad espiritual recuerda que el fundamento de toda fecundidad es el don de sí y la oblación total y que cada hijo es dado a la luz con el propio dolor y las propias lágrimas. Así la virginidad ilumina la maternidad y solo la maternidad explica el misterio profundo de la virginidad", subraya.

En este sentido, la experta recuerda el pedido del Papa Francisco sobre una renovada teología de la mujer y su invitación a abrir espacios de toma de decisiones en la Iglesia, al mismo tiempo que pide un testimonio renovado de la vida consagrada y la alegría de pertenecer a Cristo, dedicando este año 2015 a celebrar el don de la vida consagrada en la Iglesia.

Asimismo Rodríguez alerta sobre el riesgo de que tanto la mujer como la vida consagrada sean el blanco de fuertes ataques, y recuerda a las mujeres consagradas que la feminidad debe enriquecer la consagración y la consagración enriquecer la feminidad.

Según la experta, la feminidad vivida plenamente enriquece la consagración porque la vida consagrada no puede ser una represión ni una negación de la propia identidad sexual. "Esto no siempre ha sido enseñado del modo adecuado: como si la sexualidad fuera algo que ahogar, esconder o dar por descontado. Creo que toda represión no puede sino provocar amargura".

Una mujer que acepta y vive integralmente su cuerpo "está lista para expresar en el silencio de su sexualidad la propia opción y pertenencia. Es consciente de que el lenguaje del cuerpo es un lenguaje de amor y que cada gesto suyo, cada silencio habla de este amor. Vive los cambios del propio cuerpo de mujer y los ritmos de su fecundidad física como una alegre oblación, segura de que este ofrecimiento silencioso la hace fecunda a otro nivel. Se siente de algún modo 'encinta del mundo', dando a luz hijos con su sí virginal, permanentemente fecundada por el Espíritu en su corazón y por ello en todo lo que hace, incluso en las cosas más escondidas", remarca.

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Por último, la experta señala que en una cultura obsesionada con lo profesional, la mujer consagrada recuerda que "no nos define lo que hacemos ni cuánto ganamos sino quienes somos. Le recuerda que la mujer, si lo es plenamente, humaniza lo que toca, desde los vértices de mayor responsabilidad (que seguramente necesitan su perspectiva) hasta las posiciones más discretas".

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