En julio de 1993, una adolescente de 15 años fue llevada para que aborte en un centro de salud para mujeres en Wichita, Kansas, Estados Unidos. Estaba embarazada de una niña que ya estaba a término y en posición para el parto.
Sin haber aún "perfeccionado" su método para el aborto, el famoso empresario abortista George Tiller -uno de los pocos proveedores de abortos tardíos en Estados Unidos, asesinado en el año 2009- "inyectó con cloruro de potasio la cabeza de la bebé en dos lugares, el lado izquierdo de la frente sobre las cejas y la base del cráneo, dejando marcas permanentes de quemaduras y varias cicatrices".
Cuando la joven madre volvió al día siguiente para terminar el procedimiento del aborto, se dieron cuenta que la bebé no había muerto a causa de las inyecciones que recibió en la cabeza. La madre fue enviada a un hospital local donde nació la niña, la envolvieron en una sábana y la dejaron abandonada en una cuna para que muriera por los efectos de los químicos.
Sorprendentemente, 24 horas después la bebé se mantuvo con vida pese a que no había sido limpiada, su cordón umbilical aún estaba adherido a su vientre y no había recibido hidratación ni alimentos.
Una enfermera se compadeció de la niña, contactó a un abogado y la entregó a una familia que finalmente la adoptó y le puso por nombre Sarah.