Cada 2 de febrero la Iglesia universal celebra la fiesta de la Presentación del Señor Jesús en el Templo. Santa María y San José llevan a Jesús recién nacido al templo, lugar sagrado, casa de Dios. La presentación del hijo primogénito equivale a su “consagración”, es un acto de agradecimiento por el don recibido de manos del Creador, fuente de la vida.
En el templo se produce el encuentro de la Sagrada Familia -Jesús, María y José- con dos ancianos, fieles cumplidores de la ley de Dios: Simeón y Ana. Aquel sencillo acontecimiento encierra un profundo simbolismo cristiano: es el abrazo del Señor con su pueblo, quienes aguardan al Mesías. Por eso la liturgia canta: “Tú eres, Señor, la luz que alumbra a las naciones y la gloria de tu pueblo, Israel” (Aclamación antes del Evangelio, Lc 2, 32).
En este día, simultáneamente, se recuerda la purificación ritual de la Santísima Virgen María, después de haber dado a luz al Salvador.
La ley de Moisés
Según la antigua costumbre del pueblo de Israel, cuarenta días después de haber nacido un primogénito, este debía ser llevado al templo para su presentación. Así procedieron María y José con el Niño Jesús, en cumplimiento con lo ordenado por la Ley de Moisés.
Por esta razón, la Iglesia cuenta cuarenta días después del día de Navidad (25 de diciembre) para celebrar la ‘Presentación del Señor’ (2 de febrero). Dice la escritura: