Cada 28 de enero, la Iglesia celebra a Santo Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia, patrono de los estudiantes; insigne filósofo y teólogo, autor de la monumental Summa Theologiae (Suma teológica), el compendio de teología más sólido e influyente de toda la historia de la humanidad.
Santo Tomás ostenta varios títulos: “Doctor Angélico”, “Doctor Común” y “Doctor de la Humanidad”, sobrenombres que la tradición le ha impuesto y que reflejan la magnitud de su pensamiento y el impacto de su obra. Hoy, él sigue siendo referente obligado para quienes estudian filosofía y teología o han decidido navegar en esas aguas no siempre calmas.
El pensamiento de Tomás, movido por un auténtico amor a la Verdad, se caracteriza por su espíritu acucioso y penetrante. Como resultado, su obra sienta las bases de lo que hoy entendemos como ‘ciencia teológica’ o ‘teología sistemática’, marcando para siempre el derrotero que seguiría el diálogo -o intercambio- entre fe y razón, el creer y el saber, entre la teología y la filosofía.
Amigo de la Verdad
Santo Tomás de Aquino nació en Roccasecca, localidad cercana a Aquino, Nápoles, en el año 1225. Realizó sus primeros estudios con los monjes del monasterio benedictino de Montecassino, ubicado cerca del castillo perteneciente a sus padres. El siguiente paso lo condujo a la Universidad de Nápoles, donde destacó por su inteligencia y agudeza.
Al entrar en contacto con la naciente Orden de Predicadores (dominicos), Tomás quiere vincularse a esta; sin embargo, encuentra una férrea oposición por parte de su familia. Sus padres no estaban de acuerdo con que el brillante joven formara parte de una Orden mendicante, en ese entonces carente de “prestigio”.