MADRID,
"¡Por favor, Señor, que Stephen esté vivo!", fue la plegaria desesperada que Jane Wilde expresó en voz baja en 1985, cuando le dijeron por teléfono que su esposo, el ahora famoso científico Stephen Hawking, debía ser desconectado del respirador luego de quedar en coma por una neumonía virulenta.
Jane recuerda esta escena en su libro "Hacia el infinito", donde cuenta que se aferró a Dios como tantas otras veces. Ese Dios en el que ella siempre creyó "para resistir y mantener la esperanza" frente al ateísmo ferviente de su esposo enfermo, que despreciaba e incluso se burlaba de sus "supersticiones religiosas", porque "la única diosa de Stephen Hawking es y siempre fue la Física".
En entrevista con el diario español El Mundo, la exesposa recuerda que los médicos suizos le dieron a entender que no había nada que hacer, y que si ella lo autorizaba, desconectarían el respirador artificial para dejarlo morir con el mínimo dolor posible. "Desconectar el respirador era impensable. ¡Qué final más ignominioso para una lucha tan heroica por la vida! ¡Qué negación de todo por lo que también yo había luchado! Mi respuesta fue rápida: Stephen debe vivir", afirmó.
A los médicos no les quedó más que realizar una traqueotomía que salvó la vida al científico pero también le dejó sin habla, obligándole a comunicarse con la voz robótica de su sintetizador.
Jane afirma que no se equivocó al tomar esta decisión que permitió vivir al astrofísico que acaba de cumplir 73 años el 8 de enero y sigue escribiendo libros y dando conferencias en diversas partes del mundo.
El matrimonio