Cada 9 de enero la Iglesia recuerda a San Julián y a su esposa, San Basilisa, muertos alrededor del año 304, muy probablemente en Antínoe (Egipto), durante la era de Diocleciano (284-305), emperador romano conocido por haber emprendido de las más crueles persecuciones contra los cristianos.
Julián y Basilisa gozaron de gran veneración en la Edad Media (del siglo VIII en adelante). Habitualmente se les celebraba el 9 de enero, aunque de acuerdo al Martyrologium Hieronymianum (Martirologio de San Jerónimo) la fecha debida era el día 6 -tres días antes-. La reforma más reciente del Martirologio Romano registra su memoria litúrgica también el 6 de enero; sin embargo, por tradición, prevalece aún el 9 de enero entre los devotos.
Matrimonio cristiano y santidad
San Julián y Santa Basilisa vivieron un amor esponsal en virginidad perpetua y libre. Ambos habían decidido ofrecer al Señor -cada uno por propia cuenta- mantenerse vírgenes de por vida. No obstante, mantener una promesa así en aquellos tiempos reportaba también exigencias e incomprensiones de todo orden para cualquier joven en edad de casarse. Aún así, cada uno eligió ese camino como una forma de seguir y entregar la vida al servicio de Dios y de los hermanos en la fe.
Julián era el hijo único de una noble y rica familia en la que fue formado cristianamente. Y, como era habitual, al cumplir los 18 años sus padres iniciaron los arreglos para su casamiento. La joven elegida también pertenecía a la nobleza y llevaba el nombre de Basilisa.
Julián y Basilisa entendieron, en la práctica continua del ayuno y la oración, que Dios tenía un camino especial trazado para ellos, y que juntos podrían vivir las promesas hechas al Señor. Posteriormente, los dos confirmarían con creces su particular llamado a través de las gracias derramadas sobre ellos y su entorno. Según la tradición, el Señor Jesús se les apareció en persona para bendecir su unión matrimonial en espíritu de completa castidad.