Cada 8 de enero la Iglesia celebra a San Severino de Nórico, santo del siglo V, patrono de las ciudades de Viena (Austria) y de Baviera (Alemania).
Severino fue un hombre apasionado por el anuncio del Evangelio y muy preocupado por la salvación de las almas. Llamaba constantemente a la conversión y a la penitencia. Además, poseía los dones de curar a los enfermos y de aconsejar a los desorientados. No obstante, fue fundamentalmente un hombre sencillo y de caridad vivida intensamente: "Si quieren tener la bendición de Dios, respeten mucho lo que les corresponde a los demás”, solía decir el santo.
Vida contemplativa, vida activa
San Severino nació en Roma (ca. 410) en el seno de una familia noble y rica. Sin embargo, respondiendo al llamado de Dios, quiso apartarse del mundo y vivir como eremita. Pasó algunos años bajo ese régimen espiritual hasta que, conmovido por la destrucción y muerte que dejaban las invasiones de los bárbaros a su paso, decidió ponerse al servicio de las poblaciones devastadas. Así, abandonó las tierras circundantes a Roma y se fue a predicar a orillas del río Danubio, entre Austria y Alemania.
¡Señor, arranca de nosotros el corazón de piedra! (ver: Ez 11, 19-20)
En esa región, todavía provincia del Imperio romano, se estableció en la ciudad de “Asturis”, donde profetizó que si los pobladores no se alejaban de los vicios y volvían a Dios con oraciones, sacrificios y obras de caridad, sufrirían un terrible castigo. Lamentablemente, nadie le tomó importancia a dicho vaticinio.