Cada 27 de diciembre la Iglesia Católica celebra la fiesta de San Juan Evangelista, el más joven de los doce Apóstoles y a quien nos referimos como el “discípulo amado de Jesús”, porque así fue realmente, según su propio testimonio (cfr. Jn 13,2-26).
Juan fue quien acogió a la Virgen María en su casa por encargo del mismo Jesús, y a quien consideramos patrón de teólogos y escritores. Fue un judío natural de Galilea, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el Mayor, con quien trabajaba como pescador.
Con María al pie de la cruz
Jesús eligió a Juan para que acompañe a Pedro a preparar la Última Cena. Aquella noche de Pascua previa a su pasión y muerte, Cristo instituyó la Eucaristía estando reunido junto a los Apóstoles. Jesús empezaba sus padecimientos y Juan -cuenta el Evangelio-, compadecido de la angustia de Jesús, reclinó la cabeza sobre el pecho del Maestro.
Fue Juan el único entre los doce que estuvo en el Calvario, al pie de la cruz, de la mano de la Virgen María (cfr. Jn 19,26-27). Allí el Señor le entregó a su Madre, pidiéndole al discípulo que se hiciera cargo de Ella. Por eso dice la Escritura: “La recibió en su casa”. San Juan fue, pues, quien se quedó a cargo de la Madre de Dios, para honrarla, servirla y cuidarla como lo hizo Jesús.