En primer lugar, siento el deber de renovar la expresión de mi reconocimiento al Presidente de la República turca, al Primer Ministro, al Presidente para los Asuntos Religiosos y a las otras Autoridades, que me han acogido con respeto y han garantizado el buen orden de los eventos. Y esto da trabajo, ¿no? Y ellos han hecho este trabajo con gusto. Agradezco fraternalmente a los Obispos de la Iglesia católica en Turquía, el Presidente de la Conferencia episcopal, tan bueno, y les agradezco por su compromiso con las comunidades católicas, como también agradezco al Patriarca Ecuménico, Su Santidad Bartolomé I, por la cordial acogida.
El beato Pablo VI y San Juan Pablo II, que visitaron ambos Turquía, y San Juan XXIII, que fue Delegado Pontificio en aquella nación, han protegido desde el cielo mi peregrinación, realizada ocho años después de aquella de mi predecesor Benedicto XVI. Aquella tierra es querida por todo cristiano, especialmente por haber sido la cuna del apóstol Pablo, por haber hospedado los primeros siete Concilios y por la presencia, cerca de Éfeso, de la "casa de María". La tradición nos dice que allí vivió la Virgen, luego la venida del Espíritu Santo.
En la primera jornada del viaje apostólico, he saludado a las Autoridades del país, de gran mayoría musulmán, pero en cuya constitución se afirma la laicidad del Estado. Y con las Autoridades hemos hablado de la violencia. Precisamente, es el olvido de Dios y no su glorificación que genera la violencia. Por esto he insistido sobre la importancia de que cristianos y musulmanes se comprometan juntos por la solidaridad, por la paz y la justicia, afirmando que cada Estado debe asegurar a los ciudadanos y a las comunidades religiosas una real libertad de culto.
Hoy, antes de ir a saludar a los enfermos estuve con un grupo de cristianos e islámicos, que hicieron una reunión organizada por el Dicasterio del Diálogo Interreligioso, bajo la guía del Cardenal Tauran. Y también ellos expresaron este deseo de seguir adelante en este diálogo fraterno entre católicos, cristianos e islámicos.
En el segundo día he visitado algunos lugares-símbolo de las diversas confesiones religiosas presentes en Turquía. Lo hice sintiendo en el corazón la invocación al Señor, Dios del cielo y la tierra, Padre misericordioso de la entera humanidad. Centro de la jornada fue la Celebración Eucarística que vio reunidos en la Catedral a pastores y fieles de los diversos Ritos católicos presentes en Turquía. Asistieron también el Patriarca Ecuménico, el Vicario Patriarcal Armenio Apostólico, el Metropolita Siro-Ortodoxo y exponentes Protestantes. Juntos hemos invocado al Espíritu Santo, Aquel que hace la unidad de la Iglesia: unidad en la fe, unidad en la caridad, unidad en la cohesión interior. El Pueblo de Dios, en la riqueza de sus tradiciones y articulaciones, está llamado a dejarse guiar por el Espíritu Santo, en actitud constante de apertura, de docilidad y de obediencia. En nuestro camino de diálogo ecuménico y de nuestra unidad, de nuestra Iglesia católica, el que hace todo es el Espíritu Santo. A nosotros nos toca dejarlo hacer, acogerlo e ir detrás de sus inspiraciones.
El tercer y último día, fiesta de San Andrés Apóstol, ofreció el contexto ideal para consolidar las relaciones fraternales entre el Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, y el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Sucesor de Andrés, hermano de Simón Pedro que ha fundado esa Iglesia.