ESTAMBUL,
Este domingo, en el último día de su visita a Turquía, el Papa Francisco participó en la Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo, junto al Patriarca Ecuménico, Bartolomé, quien en su discurso expresó su deseo de lograr la ansiada unidad de los cristianos y agradeció la labor desempeñada por el Santo Padre para alcanzar este objetivo común.
A continuación el discurso completo del Patriarca Bartolomé:
Santísimo y amado Hermano en Cristo, Francisco, Obispo de Roma,
Gloria y alabanza damos a nuestro Dios Trino que nos ha concedido la alegría inexpresable y el honor particular de la presencia personal de Vuestra Santidad, durante el festejo de este año de la memoria sagrada del fundador, a través de su predicación, de nuestra Iglesia, el Apóstol Andrés el Primer Llamado. Agradecemos cordialmente a Vuestra Santidad el precioso don de su bendita presencia entre nosotros, junto con su venerable Séquito. Con amor profundo y gran honor os abrazamos dirigiéndoos el cordial abrazo de la paz y del amor: "Gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo". "Porque nos apremia el amor de Cristo".
Todavía conservamos fresco en nuestro corazón el recuerdo de nuestro encuentro con Vuestra Santidad en la Tierra Santa en común peregrinaje piadoso al lugar donde nació, vivió, enseñó, padeció, resucitó y ascendió, allí donde estuvo antes, la Cabeza de nuestra fe, así como también el agradecido recuerdo del evento histórico del encuentro allí de nuestros inolvidables predecesores el Papa Pablo VI y el Patriarca Ecuménico Athenágoras. Aquel encuentro de ellos, hace ya cincuenta años, en la Santa Ciudad, cambió la dirección del curso de la historia; los paralelos y algunas veces enfrentados caminos de nuestras Iglesias se encontraron en la visión común del descubrimiento de la pérdida de su unidad, el amor congelado ha vuelto a inflamarse y fue acelerada nuestra voluntad de hacer todo lo que esté de nuestra parte para que de nuevo se edifique nuestra comunión en la misma fe y en el Cáliz común. Desde entonces se abrió la vía de Emmaús, vía probablemente larga y algunas veces escabrosa, pero sin retorno, invisiblemente caminando junto con nosotros el Señor, hasta que Él se nos revele "en el partir el pan".
Esta vía la han seguido desde entonces y la siguen todos los sucesores de estos inspirados jefes, instituyendo, bendiciendo y apoyando el diálogo de la caridad y de la verdad entre nuestras Iglesias para la elevación de los obstáculos acumulados por un milenio completo en las relaciones entre ellas, diálogo entre hermanos y no, como antiguamente, de adversarios, precisando con toda franqueza la palabra de la verdad, pero también respetándose recíprocamente como hermanos.