Es tradición que los Papas, cuando viajan a otros países como parte de su misión, se encuentren también con las autoridades y las comunidades de otras religiones. Sin esta apertura al encuentro y al diálogo, una visita papal no respondería plenamente a su finalidad, como yo la entiendo, en la línea de mis venerados predecesores.
En esta perspectiva, me complace recordar de manera especial el encuentro que tuvo el Papa Benedicto XVI en este mismo lugar, en noviembre de 2006. En efecto, las buenas relaciones y el diálogo entre los dirigentes religiosos tiene gran importancia. Representa un claro mensaje dirigido a las respectivas comunidades para expresar que el respeto mutuo y la amistad son posibles, no obstante las diferencias.
Esta amistad, además de ser un valor en sí misma, adquiere especial significado y mayor importancia en tiempos de crisis, como el nuestro, crisis que en algunas zonas del mundo se convierten en auténticos dramas para poblaciones enteras.
Hay efectivamente guerras que siembran víctimas y destrucción; tensiones y conflictos
interétnicos e interreligiosos; hambre y pobreza que afligen a cientos de millones de personas; daños al ambiente natural, al aire, al agua, a la tierra.
La situación en el Medio Oriente es verdaderamente trágica, especialmente en Irak y Siria. Todos sufren las consecuencias de los conflictos y la situación humanitaria es angustiosa. Pienso en tantos niños, en el sufrimiento de muchas madres, en los ancianos, los desplazados y refugiados, en la violencia de todo tipo.