Cada 18 de noviembre la Iglesia Católica celebra la dedicación de las Basílicas de San Pedro y San Pablo, templos históricos ubicados en la ciudad de Roma, en los que reposan los restos de estos dos grandes apóstoles y santos, símbolos de la unidad de la cristiandad, auténticos pilares de la Iglesia.
El templo es realmente la casa de Dios
Decía San León Magno, Papa, en uno de sus sermones dedicados a los santos Pedro y Pablo: “... Hemos de alegrarnos siempre que celebramos la conmemoración de cualquiera de los santos, pero nuestra alegría ha de ser mayor cuando se trata de conmemorar a estos padres, que destacan por encima de los demás, ya que la gracia de Dios los elevó, entre los miembros de la Iglesia, a tan alto lugar, que los puso como los dos ojos de aquel cuerpo cuya cabeza es Cristo”.
Es claro, pues, que siendo la dignidad de estos dos apóstoles tan elevada, las basílicas que llevan sus nombres en la Ciudad Eterna -corazón de la Iglesia- reciban los honores que les son propios a su dedicación. Tanto la Basílica de San Pedro, ubicada en la plaza central del Vaticano, como la Basílica de San Pablo Extramuros, ‘fuera de los muros’ de la antigua ciudad, están cargadas de simbolismo y densidad espiritual para enriquecimiento y grandeza de la Iglesia de todos los tiempos.
¡Qué hermosa invitación a respetar esas basílicas y honrarlas como se merecen! Y recordar siempre que en todo lugar sagrado, aquí y allá en el mundo, cada uno ha de comportarse con respeto, reverencia y atención.