Ya hemos tenido ocasión de señalar, en las catequesis precedentes, cómo el Espíritu Santo colma siempre la Iglesia de sus dones, con abundancia. Ahora, en el poder y en la gracia de su Espíritu, Cristo no deja de suscitar ministerios, con el fin de construir las comunidades cristianas como su cuerpo. Entre estos ministerios, se distingue aquel episcopal. En el Obispo, coadyuvado por los presbíteros y diáconos, es Cristo mismo quien se hace presente y que continúa cuidando a su Iglesia, asegurando su protección y guía.
En la presencia y en el ministerio de los Obispos, Sacerdotes y Diáconos, podemos reconocer el verdadero rostro de la Iglesia: es la Santa Madre Iglesia Jerárquica. Y realmente a través de estos hermanos elegidos por el Señor y consagrados con el sacramento del Orden, la Iglesia ejerce su maternidad: nos engendra en el Bautismo como cristianos, haciéndonos nacer de nuevo en Cristo; vigila nuestro crecimiento en la fe; nos acompaña entre los brazos del Padre para recibir su perdón; prepara para nosotros la mesa eucarística, donde nos alimenta con la palabra de Dios y el Cuerpo y la Sangre de Jesús; invoca sobre nosotros la bendición de Dios y la fuerza de su Espíritu, sosteniéndonos en todo el transcurso de nuestra vida y envolviéndonos con su ternura y su calor, sobre todo en los momentos más delicados de prueba, de sufrimiento y de muerte.
Esta maternidad de la Iglesia se expresa en particular en la persona del Obispo y en su ministerio. De hecho, como Jesús eligió a los apóstoles y los envió a predicar el Evangelio y apacentar su rebaño, así los obispos, sus sucesores, son colocados a la cabeza de las comunidades cristianas, como garantes de su fe y como un signo vivo de la presencia del Señor en medio de ellos. Comprendemos, por lo tanto, que no se trata de una posición de prestigio, de un cargo honorífico.
El episcopado no es una condecoración, es un servicio. Jesús lo ha querido así. No debe haber lugar en la Iglesia para la mentalidad mundana. La mentalidad mundana, dice: "este hombre ha hecho la carrera eclesiástica, se ha convertido en Obispo…"No. En la Iglesia no debe haber lugar para esta mentalidad. El episcopado es un servicio, no es una condecoración con la que jactarse. Ser Obispos quiere decir tener siempre ante los ojos el ejemplo de Jesús, que como Buen Pastor, no vino a ser servido, sino a servir y para dar su vida por las ovejas.
Los santos Obispos - y hay muchos en la historia de la Iglesia, muchos obispos santos - nos muestran que este ministerio no se busca, no se pide, no se compra, sino que se recibe en obediencia, no para elevarse, sino para abajarse, al igual que Jesús que "se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte en cruz". Es triste cuando se ve un hombre que busca este oficio y que hace tantas cosas para llegar hasta allí, y cuando llega allí, no sirve, se pavonea, vive solamente para su vanidad.
Hay otro elemento precioso que merece ser resaltado. Cuando Jesús escogió y llamó a los apóstoles, los pensó no separados el uno del otro, cada uno por su cuenta, sino juntos, para que estuvieran con Él, unidos como una sola familia. También los Obispos constituyen un único colegio, reunidos en torno al Papa, que es el custodio y garante de esta profunda comunión, tan querida por Jesús y por sus mismos apóstoles.