Y esto lo estamos haciendo. Esto lo hacemos: devastar la Creación, devastar la vida, devastar la cultura, devastar los valores, devastar la esperanza. Y cuánta necesidad tenemos de la fuerza del Señor para que nos selle con su amor y con su fuerza para detener esta loca carrera de destrucción. Destrucción de aquello que Él nos ha dado; de las cosas más bellas que Él ha hecho por nosotros, para que nosotros las lleváramos adelante, las hiciéramos crecer, dar frutos.
Cuando en la sacristía miraba las fotografías de hace 71 años, he pensado: "Esto ha sido muy grave, muy doloroso. Pero esto no es nada en comparación con lo que sucede ahora". El hombre se ha adueñado de todo, se cree Dios, se cree el Rey. Y las guerras, las guerras que continúan, no precisamente sembrando semillas de vida. Para destruir. Pero, es la industria de la destrucción. Es un sistema, también, de vida, que cuando las cosas no se pueden arreglar, se descartan: se descartan los chicos, se descartan los ancianos, se descartan los jóvenes sin trabajo. Esta devastación ha hecho la cultura del descarte. Se descartan los pueblos. Esta es la primera imagen que me ha venido a mí cuando he sentido esta Lectura.
La segunda imagen, en la misma Lectura: esta muchedumbre inmensa, que ninguno podía contar, de toda nación, tribu, pueblo y lengua … Los pueblos, la gente … Ahora está comenzando a hacer frio : estos pobres, que deben escapar al desierto para salvar la vida, de sus casas, de sus pueblos, de sus villorrios… y que viven en carpas, sienten el frio, sin medicinas, hambrientos… porque el dios-hombre se ha adueñado de la Creación, de todo aquello hermoso que Dios ha hecho para nosotros.
Y ¿quién paga la fiesta? ¡Ellos! Los pequeños, los pobres, aquellos que personalmente han ido a terminar en el descarte. Y esto no es una historia antigua: sucede hoy. "Pero, Padre, eso pasa lejos …" – También aquí! [En] todas partes. Pasa hoy en día. Diré más: pareciera que esta gente, estos niños hambrientos, enfermos, parece que no contasen, que sean de otra especie, que no sean humanos. Y esta muchedumbre está delante de Dios y pide: "¡Por favor, salvación! ¡Por favor, paz! ¡Por favor, pan! ¡Por favor, trabajo! ¡Por favor, hijos y abuelos! ¡Por favor, jóvenes con la dignidad de poder trabajar!". Pero los perseguidos, entre ellos, aquellos que son perseguidos por la fe… "Entonces uno de los ancianos se dirigió a mí y dijo: '¿Estos quiénes son, vestidos de blanco?' - ¿quiénes son?, ¿de dónde vienen? – 'Son aquellos que vienen de la Gran Tribulación y que han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la Sangre del Cordero'".
Y hoy, sin exagerar, hoy, en el día de Todos los Santos, quisiera que nosotros pensáramos en todos estos, los santos desconocidos. Pecadores como nosotros, peor que nosotros, pero destruidos. A esta tanta de gente que viene de la Gran Tribulación: la mayor parte del mundo está en tribulación. Y el Señor santifica a este pueblo, pecador como nosotros, pero lo santifica con la tribulación.
Y al final, la tercera imagen. Dios. La primera, la devastación; la segunda, las víctimas; la tercera, Dios. Dios: "Nosotros desde ahora somos hijos de Dios", hemos escuchado en la segunda lectura. "Pero lo que seremos no ha sido todavía revelado. Pero sabemos que cuando Él se habrá manifestado nosotros seremos semejantes a Él, porque lo veremos como Él es", es decir: la esperanza. Y esto es la bendición del Señor que todavía tenemos: la esperanza. La esperanza que tenga piedad de su pueblo, que tenga piedad de aquellos que están en la Gran Tribulación. También, que tenga piedad de los destructores y se conviertan.