13 de diciembre de 2024 Donar
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Hoy celebramos a Santa Laura Montoya, primera santa colombiana y patrona del magisterio de su país

null/ Santa Laura Montoya, 21 de octubre / ACI Prensa

Cada 21 de octubre, la Iglesia Católica celebra a Santa Laura de Santa Catalina de Siena (1874-1949), más conocida como Santa Laura Montoya o, simplemente, como la “Madre Laura”; una fervorosa mujer que se consagró a Cristo a través del servicio a las poblaciones indígenas de su natal Colombia.

La Madre Laura fue educadora y misionera, y también poseedora de un alma muy particular que la acercó a la mística, como se evidencia en ciertas expresiones suyas: “Destrúyeme Señor y sobre mis ruinas, levanta un monumento para tu gloria”. No sin razón, Santa Catalina de Siena (1347-1380) fue su mayor inspiración. La Madre Laura quiso llevar como religiosa el nombre de la santa italiana e incluso quiso que la congregación que fundó llevara también el nombre de la célebre mística dominica.

Hoy, Santa Laura Montoya es considerada patrona del magisterio colombiano.

La familia: formación y perdón

Laura Montoya Upegui es considerada la primera santa colombiana. Nació en 1874, en Jericó, Antioquia, departamento del noroeste de la República de Colombia. Creció en el seno de una familia católica y tuvo dos hermanos. Cuando tenía tan solo dos años, su padre murió asesinado en un trágico incidente durante la Guerra Civil Colombiana, dejándola a ella en la orfandad y a su familia sumida en la pobreza.

En medio de aquella tragedia, Laura aprendió la importancia del perdón. Un día “Laurita” -como le decían de pequeña- le preguntó a su madre quién era esa persona por la que siempre rezaban; entonces ella le respondió, sin ambages, que se trataba del hombre que asesinó a su papá. La inesperada respuesta marcó la vida de Laurita para siempre.

La experiencia de la marginación

Dada la precariedad económica de la familia, la madre de Laura se vio obligada a dejarla en un orfanato, bajo el cuidado de su tía, la Sierva de Dios, María de Jesús Upegui, fundadora de la Comunidad de Siervas del Santísimo y de la Caridad.

Laura empezó a asistir a una escuela para niñas de clase alta, que abandonaría solo un año después, en buena parte, porque se sentía marginada. Después, se mudaría a la finca de su abuelo para cuidar de una tía enferma. Esta fue una etapa en la que la santa entró en contacto con un conjunto de lecturas espirituales que despertarían en su corazón el deseo de hacerse religiosa carmelita.

Años después, con la ayuda de su tía María de Jesús, Laura pudo completar los estudios de pedagogía, pensando en trabajar y ayudar económicamente a su familia. En 1893 se graduó como maestra de elemental en la Escuela Normal Superior de Medellín. Después dedicaría muchos años a la carrera docente, pasando por varios colegios y proyectos educativos de distinta naturaleza. Siempre quiso hacer de su trabajo un apostolado, aunque eso, en más de una ocasión, le causaría fricciones laborales o ser blanco de graves calumnias e incomprensiones.

Discernimiento y llamado personal

A pesar de aquellas cruces, Laura no se desanimó y decidió atender la inquietud que llevaba dentro, esa que la había acompañado por años: evangelizar a los pueblos originarios de su nación.

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Para 1908 ya estaba trabajando con los nativos que vivían entre San Pedro de Urabá y El Sarare. Mientras tanto, Laura mantenía el deseo de hacerse monja de clausura carmelita, aunque las ganas de llevar el Evangelio a los indígenas pudo más. La santa quería ser portadora de la Buena Noticia de un Dios que ama profundamente a todos los seres humanos, sin exclusión.

En 1912, el Papa San Pío X publicó la encíclica “Lacrimabili statu Indorum” (Lamentable estado de los índios), en la que denunciaba las condiciones inhumanas que padecían los indios de América del Sur, pidiendo a los obispos del continente que se ocupen de aquellos grupos que habían quedado al margen de la civilización y de la Iglesia.

Tal acontecimiento significó para Laura la confirmación del camino que Dios le había trazado.

El inicio de una comunidad que integró a Colombia

Junto con sus compañeras fundó, en 1914, las “Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena”. El trabajo de la nueva comunidad se concentró en ayudar a los indígenas a ser conscientes de su dignidad como hijos de Dios y seres humanos. La Madre Laura, en ese esfuerzo, alentó a muchísimos miembros de la Iglesia y del gobierno nacional colombiano a que contribuyan a la integración de estas poblaciones, con respeto a su lengua y cultura.

Ninguno de sus esfuerzos hubiese dado fruto si la Madre Laura no hubiera puesto a Jesucristo como centro de su obra. Era la sed de hacer conocer a Jesús a todas las gentes lo que la movía y lo que facilitó que los indios acogiesen sus enseñanzas. De ahí la profundidad de estas, sus palabras: “Dos sedientos, Jesús mío: Tú de almas y yo de saciar tu sed”.

Después de pasar los últimos nueve años de su vida postrada en una silla de ruedas, la Madre Laura falleció el 21 de octubre de 1949, dejando una congregación en plena expansión, con 90 casas en tres países y 467 religiosas.

Este legado puede ser considerado como una contribución excepcional a la pastoral de los pueblos latinoamericanos.

Primera colombiana en los altares

La Madre Laura fue canonizada el 12 de mayo de 2013 en la Ciudad del Vaticano. A la ceremonia de canonización asistió una importante delegación de ciudadanos colombianos, encabezada por el presidente de Colombia en ese momento, Juan Manuel Santos, y por el médico Carlos Eduardo Restrepo, curado milagrosamente de una enfermedad terminal por intercesión de la santa. ​Durante la ceremonia, el Papa Francisco dijo:

“Esta primera santa nacida en la hermosa tierra colombiana nos enseña a ser generosos con Dios, a no vivir la fe solitariamente —como si fuera posible vivir la fe aisladamente—, sino a comunicarla, a irradiar la alegría del Evangelio con la palabra y el testimonio de vida allá donde nos encontremos… Nos enseña a ver el rostro de Jesús reflejado en el otro, a vencer la indiferencia y el individualismo… nos enseña a acoger a todos sin prejuicios, sin discriminación, sin reticencia, con auténtico amor, dándoles lo mejor de nosotros mismos y, sobre todo, compartiendo con ellos lo más valioso que tenemos... Cristo y su Evangelio”.

Los restos de la Madre reposan en el Santuario de la Luz, ubicado en la ciudad de Medellín.

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