Cada 7 de octubre se celebra a la Virgen del Rosario, advocación que nos recuerda la importancia de dirigirnos afectuosamente a nuestra Madre en la oración, en particular a través del rezo del Santo Rosario. Fue la mismísima Madre de Dios quien nos pidió que lo recemos y lo demos a conocer, para que podamos obtener gracias abundantes.
Jesús, núcleo del Santo Rosario
El Rosario es inobjetablemente una oración mariana -ayuda certera para crecer en amor a la Mujer por quien vino la salvación-. Sin embargo, no siempre reparamos en que es, antes que nada, una oración “cristocéntrica”; es decir, una oración centrada en Cristo.
La enunciación de los misterios y las avemarías que se suceden unas a otras nos ayudan a contemplar y meditar la vida de Nuestro Salvador, Jesucristo; y a hacerlo en compañía de María, siempre cercana al Hijo. Ella nos enseña a contemplar los misterios de Jesús a través de su mirada maternal, porque todo en Maria es una invitación a amar a su Hijo.
Podemos decir, en consecuencia, que el Rosario es la “escuela de oración” de la Virgen. Al lado de María aprendemos a escuchar la voz de Jesús con toda reverencia.