25 de octubre de 2024 Donar
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Hoy celebramos a San Francisco de Asís, el santo que abrazó la pobreza por amor a Cristo

null/ San Francisco de Asís, 4 de octubre / ACI Prensa

Cada 4 de octubre la Iglesia universal celebra a San Francisco de Asís (c.1182-1226), el santo que se unió a Cristo en sus dolores más íntimos, el hombre que se santificó abrazando la pobreza y renovó la Iglesia, el santo que reconoció a Dios en la naturaleza.

Sin duda, el Santo de Asís ha sido siempre una figura de inmensa importancia para la Iglesia, y lo sigue siendo hoy. Una significativa muestra de ello es que la Sede de Pedro está ocupada por alguien que eligió su nombre al asumir el pontificado, con el deseo de honrar su memoria y como una forma de pedir su guía e intercesión. El Papa Francisco lo llamó “hombre de armonía y de paz”.

Algunos años atrás, el Papa Benedicto XVI había reflexionado en torno a la permanente actualidad de San Francisco, intentando también salir al paso de quienes quieren distorsionar su figura: “... un auténtico ‘gigante’ de la santidad, que sigue fascinando a numerosísimas personas de todas las edades y religiones… El verdadero Francisco histórico es el Francisco de la Iglesia y precisamente de este modo habla también a los no creyentes, a los creyentes de otras confesiones y religiones… Es un modelo [de] un diálogo en la verdad, en el respeto recíproco y en la comprensión mutua”.

Solo quien ama es libre

San Francisco nació en Asís (Italia) en 1182, en el seno de una familia acomodada. Su padre era un rico comerciante y, como mandaba la costumbre, era él el destinado a asumir el negocio familiar. Por años, Francisco, pagado de sí mismo, se dedicó a gozar de sus bienes, en medio de la ostentación y las frivolidades.

No hubo mayores contratiempos en su vida hasta que las circunstancias lo forzaron a ir a la guerra. Fracasó como guerrero y cayó prisionero. Ciertamente no fue mucho el tiempo que permaneció en esa condición, pero su salud empezó a resquebrajarse. Cercado por el desasosiego, en medio del horror de la guerra y aquejado por la enfermedad, Francisco empezó a escuchar una voz que clamaba desde su interior: “Sirve al amo y no al siervo”.

Su mal estado de salud precipitó el retorno a casa, envuelto en la deshonra. Allí, después de un largo tiempo de recuperación, inició un proceso de transformación personal. En el contacto con la naturaleza y el redescubrimiento de la oración, poco a poco fue entendiendo por qué su vida estaba vacía. Dios había estado tocando la puerta de su corazón hacía mucho tiempo sin que se hubiera dado cuenta.

Libre para amar más

Francisco, entonces, comenzó a hacer cosas “desconcertantes” ante los ojos de su familia y sus habituales amigos, todas impropias de su condición social por lo que más de uno lo creyó loco. Francisco había empezado a visitar a los enfermos abandonados de Asís, incluyendo a los leprosos -gran escándalo para sus allegados, quienes quisieron disuadirlo-. No obstante, a él parecía no importarle en absoluto lo que otros pensaran de esto e incrementó la frecuencia de las visitas. De pronto, ya no había vuelta atrás: aquella gente “repugnante” se había convertido en su nuevo círculo de amigos, en su nueva familia.

El santo llevaba a los desamparados comida y abrigo, hasta que un día se agotaron sus recursos. Fue así que se despojó de lo último que le quedaba: decidió regalar sus propios vestidos y su dinero.

Si alguna duda lo asaltó en ese momento, queda claro que no tuvieron mayor repercusión. Algo nuevo estaba creciendo en su corazón y era muy distinto a cualquier cosa que hubiese probado antes: su espíritu empezaba a tener paz finalmente, aun rodeado de la miseria que antes le producía terror. Ahora vivía despojado de sus “seguridades”, con el corazón abierto por el dolor de los que sufren, aunque más libre y feliz que nunca.

San Damián: Dios te habla

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Cierto día, mientras oraba en la Iglesia de San Damián, en Asís, le pareció que el crucifijo que estaba frente a sí le miraba mientras decía: “Francisco, repara mi casa, pues ya ves que está en ruinas”. Entonces, creyendo que Cristo le pedía reparar el templo físico, fue y vendió los vestidos de la tienda de su padre. Luego llevó el dinero al sacerdote que cuidaba el templo, pidiéndole que lo deje vivir allí -había que reconstruir el templo físico, sí, pero Cristo también quería que toda la Iglesia, sumida en una profunda crisis, fuera renovada desde dentro-.

El sacerdote aceptó que se quedara, pero no recibió el dinero. Entonces, su padre enterado de lo que había hecho, lo buscó y lo golpeó furiosamente. Después, al ver que su hijo no quería regresar a casa, le exigió que le entregara el dinero.

Por consejo del obispo, Francisco decidió honrar a su padre devolviéndole todo, y con creces: se despojó hasta de la ropa que llevaba encima en ese momento, que ya no le pertenecía.

Distanciado de la forma como había vivido, Francisco se dedicó a reconstruir la Iglesia de San Damián y de San Pedro. Más tarde se trasladó a una capillita llamada Porciúncula, la cual reparó y convirtió en su hogar. Con el corazón ablandado por la oración -su diálogo con Cristo-, Francisco empezó a pedir limosna para los pobres y a servirles con más cariño. Mientras iba de camino, quien lo veía recibía su saludo característico: “La paz del Señor sea contigo”.

Hermana pobreza

Su estilo de vida empezó a atraer a muchos, quienes también querían acompañarle y ayudarlo en sus labores. Entonces, la idea de formar una hermandad religiosa se fue concretando hasta que, en 1209, Francisco con un grupo de amigos viajaron a Roma, en busca de que el Papa Inocencio III (p.1198-1216) aprobara el proyecto de la hermandad.

El Papa, asistido por la gracia, dio su aprobación. El espíritu de la futura Orden de los Frailes Menores giraba en torno a la pobreza, cuya vivencia sería el fundamento evangélico.

El desprendimiento de los bienes materiales debía ser asumido con amor y expresada en la manera de vestir, los utensilios que se empleaban y, principalmente, en los actos. Eso era navegar contra el viento que en esa época soplaba en dirección de la fortuna y ostentación, tantas veces confundida con la felicidad. Para sorpresa de los incrédulos, los hermanos de Francisco no se veían nunca tristes, todo lo contrario: reflejaban alegría y contento.

“Conozco a Cristo pobre y crucificado, y eso me basta" (San Francisco de Asís)

Considerándose indigno del sacerdocio pleno, llegó solo a recibir el diaconado y por eso Francisco quiso darle a su Orden el nombre de “Frailes menores”, con el propósito de que sus miembros fueran conscientes de su llamado a ser verdaderos siervos de todos, amantes de las cosas de Dios, que solo se hallan a sí mismos en lo sencillo. Posteriormente, sus hijos espirituales pasarían a ser llamados “franciscanos”.

La humildad y el desprendimiento que Francisco vivía eran en esencia expresión de una convicción interior: “Ante los ojos de Dios, el hombre vale por lo que es y no más”. De allí que dijese cosas como estas: "Hay muchos que tienen por costumbre multiplicar plegarias y prácticas devotas, afligiendo sus cuerpos con numerosos ayunos y abstinencias; pero con una sola palabrita que les suena injuriosa a su persona o por cualquier cosa que se les quita, enseguida se ofenden e irritan. Estos no son pobres de espíritu, porque el que es verdaderamente pobre de espíritu, se aborrece a sí mismo y ama a los que le golpean en la mejilla".

La pobreza empieza por dentro. Tiene nombre y se llama “Jesús”.

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Elegido misteriosamente para compartir los dolores del Señor

Cristo le concedió a Francisco el don de poderlo acompañar “de cerca” en los dolores de su Pasión: recibió de Nuestro Señor los estigmas en carne propia.

Ya el santo, en su madurez, había experimentado continuos éxtasis y protagonizado hechos prodigiosos, pero recibir los estigmas fue algo que superó todo. De esto dieron fe sus hermanos más cercanos, así como del deseo de Francisco de mantener el milagro en reserva.

En su unión con el Señor, era como si, de alguna manera, Francisco fuese cada vez “menos él” y cada vez más semejante a Jesucristo, en todo.

Hermana muerte

San Francisco de Asís murió el 3 de octubre de 1226, con solo 44 años de edad. Su figura e influencia en la historia de la Iglesia y en la cultura es inapreciable. Incluso quienes no tienen fe o no son parte de la Iglesia Católica reconocen en él a una persona extraordinaria.

Gracias a Dios, esa influencia hoy permanece intacta en la Iglesia, por ejemplo, en el amor a la naturaleza -creación de Dios- y en el deseo de protegerla; en particular, en el cariño por los animales.

Otros ecos

Por otro lado, Francisco sigue presente en muchos detalles y costumbres que evocan sencillez y, a la vez, grandeza: a él se le atribuye haber iniciado la tradición de armar el “belén”, “el pesebre” o “nacimiento” en el hogar, durante los días de Navidad.

Hace una década, el 4 de octubre de 2013, el Papa Francisco celebró una misa en la ciudad de Asís, en el marco de un homenaje especial al santo, a poco de iniciar su pontificado. En aquella hermosa oportunidad, dijo durante la homilía: “San Francisco es testigo del respeto por todo, de que el hombre está llamado a custodiar al hombre, de que el hombre está en el centro de la creación, en el puesto en el que Dios –el Creador– lo ha querido, sin ser instrumento de los ídolos que nos creamos… Francisco fue hombre de armonía, un hombre de paz”.

Patronazgos

San Francisco de Asís es patrono de los animales y del medio ambiente. También es patrono de los “belenistas”, los comerciantes (especialmente de los fabricantes de telas, sastres y tejedores).

Es el santo patrono de numerosas ciudades alrededor del mundo, por ejemplo, en Italia, Perú, Filipinas, Ecuador, México, Estados Unidos y Chile, solo por mencionar algunas famosas que se encuentran en esos países. Por supuesto, miles de instituciones, colegios, universidades, hospitales, etc. también han sido puestas bajo su patrocinio espiritual.

Si quieres saber algo más sobre San Francisco de Asís, te recomendamos este artículo de la Enciclopedia Católica: https://ec.aciprensa.com/wiki/San_Francisco_de_As%C3%ADs.

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