Cada 16 de septiembre la Iglesia celebra juntos al Papa San Cornelio (c.180-253) y al Obispo San Cipriano (c. 200-258), dos amigos en el Señor que se opusieron a los errores, confusiones y herejías en las que cayeron muchos cristianos de los primeros siglos. Ambos concluyeron sus vidas abrazando las palmas del martirio.
El Papa Cornelio
Cornelio, cuyo nombre significa “fuerte como un cuerno”, fue el vigésimo primer Papa de la Iglesia Católica. Afrontó con firmeza la herejía de Novaciano, teólogo que proclamaba que la Iglesia no tenía el poder suficiente para perdonar los pecados más graves. Para este teólogo y sus seguidores aquellos llamados “lapsi”, en latín, ‘los que han tropezado’, no podían ser absueltos por autoridad eclesiástica alguna de aquellas faltas consideradas extremadamente graves. Eso equivalía a que la Iglesia no estaba autorizada para perdonar ni acoger de nuevo a quienes habían incurrido en apostasía.
Ciertamente, a causa de la crueldad de las persecuciones, muchos cristianos abandonaron la fe o abjuraron (el pecado de apostasía) por temor a las amenazas del poder temporal: torturas, prisión o la muerte. No obstante, no fueron pocos los que habiendo negado a Cristo reconocieron su falta y pidieron ser admitidos nuevamente en el seno de la comunidad cristiana.
El Papa Cornelio fue el primero en alzar su voz contra Novaciano, sosteniendo que su postura resultaba herética, puesto que Dios no negaba a nadie su perdón y que no existía falta que no pudiese ser resarcida por la misericordia divina. En consecuencia, la ‘autoridad de perdonar los pecados’ podía ser ejercida por un ministro calificado.
Cornelio terminó excomulgando a Novaciano, quien no quiso rectificarse, y eligió con sus seguidores el camino del cisma, convirtiéndose en ‘antipapa’.